El mito del artista muerto de hambre

A veces parece que la adversidad potencia la creatividad. Que, si eres artista, no cobrar por un trabajo es lógico e incluso loable. Por alguna razón, esa imagen del artista que lo sacrifica todo por su arte, que sufre infinitas penalidades y que solo después de muerto recibe por fin el reconocimiento que se merece, es extremadamente popular en nuestra cultura. Es el mito del artista muerto de hambre, y es algo que ha hecho, y que sigue haciendo, un daño terrible.

Y además es mentira.

En primer lugar: la mayor parte de los artistas ignorados en vida también lo son después de muertos.

Las excepciones son eso, excepciones. Y es verdad que en la literatura hay unas cuantas, desde Kafka hasta Poe o el famoso caso de John Kennedy Toole. Nos gustan estos ejemplos porque nos hacen sentir bien. Quizá pensemos que el tiempo nos otorgará el lugar que nos corresponde en el podio de las letras y que así nos volveremos inmortales. Vaya un consuelo, pero en fin.

¿Suena muy pretencioso? Supongo, puede ser. Pero no es un anhelo muy distinto al de esos padres que buscan experimentar una segunda vida a través de sus hijos, que los empujan a una improbable carrera como futbolistas o bailarinas, para así sublimar sus propias frustraciones y sus fracasos.

Parece que el sufrimiento eleva al artista, como si fuera un ingrediente imprescindible para poder crear algo de calado. Y a pesar de que pueda existir cierta admiración hacia él por esa especie de condición semi-divina que le otorgamos, esto es un arma de doble filo, porque al mismo tiempo parece que el artista tampoco se rige por las fatuas necesidades humanas.

Por ejemplo, no necesita comer. Parece ser que se alimenta de ARTE.

El problema del mito del artista muerto de hambre es que convierte a cada miembro de este colectivo en una historia más. Su vida profesional es transformada en la mentalidad de la sociedad en una ordalía de superación, una especie de viaje del héroe que acaba con el éxito póstumo o no, tras superar un montón de adversidades.

Alguien me escribió un mail una vez, pidiéndome que hablase en el blog sobre cómo escribir cuando uno «es feliz».

No necesito un artículo entero para eso, porque cuando uno «es feliz» se escribe mejor.

Todos somos más productivos con el estómago lleno y dinero en el bolsillo. Sano, sin problemas familiares, con gente a tu alrededor que te quiere y te apoya. Con un techo sobre tu cabeza, una conexión a Internet rápida y las facturas pagadas se escribe mejor que con deudas, debajo de un puente o con cortes de luz.

No voy a engañarte. Si un día estoy triste o deprimido, sigo levantándome a las cinco y media de la mañana, me arrastro desde la cama al estudio y me siento frente al teclado; allí me verás durante un par de horas, intentando escribir cuatro frases que tengan sentido. Lo haré llueva, nieve o truene, esté feliz o de bajón. Lo haré por pura ética laboral, porque sé que todos los días no pueden ser buenos y porque un profesional trabaja aunque no siempre tenga ganas o le apetezca.

Entendedme; que haya artistas que se mueren de hambre no es un mito, sino una triste realidad. Pero el hecho de que haya artistas que puedan superar su miseria y, a pesar de todo, crear, no debería ser nunca una excusa.

Soul Music es un libro de Terry Pratchett que nunca me gustó demasiado, pero cuando lo leí, subrayé un fragmento que me pareció una de las mejores cosas que se ha escrito sobre este tema. Tan simple y tan sencillo como la verdad:

“¿Qué harías si tuvieras un montón de oro, Glod?” dijo Buddy. Desde el interior de su bolsa, la guitarra vibró delicadamente con el sonido de su voz.

Glod vaciló. Le habría gustado decir que, para un enano, el único objetivo detrás de un montón de oro era, en fin, tener un montón de oro. El oro no tenía que hacer nada más que ser tan ‘oráceo’ como fuera posible.

“No lo sé” dijo, “nunca imaginé que tendría un montón de oro. ¿Y tú?”

“Juré que sería el músico más famoso del mundo.”

“Jurar sobre ese tipo de cosas es peligroso” dijo Cliff.

“¿No es a eso a lo que aspira todo artista?” dijo Buddy.

“Por mi experiencia” dijo Glod, “lo que todo artista quiere, lo que quiere de verdad, es que le paguen.”

“Y ser famoso” dijo Buddy.

“Eso ya no lo sé” dijo Glod. “Es difícil ser famoso y estar vivo. Yo solo quiero tocar mi música todos los días y escuchar a alguien decir, ‘gracias, estuvo genial, toma algo de dinero, ven mañana a la misma hora, ¿de acuerdo?’”

“¿Eso es todo?”

“Es un montón. Me gustaría que la gente dijera ‘necesitamos a alguien que toque bien el cuerno, tío, ve a por Glod Glodsson.”

“Suena un poco aburrido.”

“Me gusta lo aburrido. Porque dura.”

Esta es la pura verdad, prosaica y aburrida. Los artistas quieren vivir de su arte, dignamente. Y eso es todo.

La falsa percepción romántica del artista abocado a la miseria constante y obcecado en la creación de una obra maestra, o de ese artista para el que «es mejor arder que desaparecer» es un engaño. Si consideras al artista una figura trágica o sobrehumana, si lo ves tras esa lente absurda y ficticia, no lo estás considerando como lo que es: una persona como cualquier otra, un trabajador que necesita pagar sus facturas y comer todos los días.

Yo quiero que mis artistas favoritos tengan vidas plenas, que cuando estén escribiendo una escena o pintando un cuadro no estén pensando en cómo van a pagar la factura del dentista o en si les van a desahuciar la semana que viene.

Quiero que el artista que me hace feliz también sea feliz.

Por eso compro sus libros y pago por su arte.

Es lo único que puedo hacer, la única palabra que tengo al respecto. Y aunque parezca poco, creo que, si todos hiciéramos lo mismo, sería más que suficiente.

8 comentarios

  1. El problema del arte siempre ha sido el estamento que se interpone entre el artista y el público y que decide lo que debe llegar a ese público y lo que no, lleno de intereses mercantilistas, espurios…Ojalá Internet arregle algo de esto, creo que de alguna manera ya lo está haciendo.

    1. En parte, sí, pero también emborrona un poco el criterio y aumenta mucho el ruido. La verdad es que no tengo nada claro si el cambio es para mejor o para peor. Supongo que en unos años será más fácil verlo con perspectiva.

  2. Genial el artículo, como siempre, Víctor. Me ha gustado la reflexión tan sensata que compartes con el siempre genial Prattchet: Si uno está feliz, produce mejor.
    Además de los que das, un ejemplo más reciente podría ser Roberto Bolaño. Hace poco leí un artículo que insinuaba que parte de su éxito actual, a parte de su indiscutible calidad literaria, podría deberse a su imagen de escritor maldito. ¿Es posible que, además, a las editoriales les resulte más rentable publicar a un autor muerto? En cualquier caso, una imagen que le hace al arte, en general, más mal que bien, sin duda.

    1. Gracias, Pablo. Yo creo que la respuesta es un rotundo sí. La imagen del artista maldito vende… con una maquinaria de marketing detrás. El tema es que, según tengo entendido, Bolaño no era un escritor “maldito”. No era pobre, tenía dinero más que de sobra (gracias a sus múltiples traducciones) y tampoco era un drogadicto. Cuando tienes éxito, puedes ir de maldito. Bukowski es otro ejemplo. Su poema del pájaro azul va precisamente de eso: (“¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros en Europa?”). Pero de los malditos de verdad, cuando no se trata de una pose sino de la necesidad prosaica y nada romántica de pagar facturas y comer caliente, casi nunca oiremos hablar.
      Por desgracia, la muerte trae atención y un cierto halo de misticismo. Yo sigo a unos cuantos de estos auténticos escritores malditos a los que no dejan de lloverles hostias por todos lados. Y sé que, el día que se mueran, todo serán palabras de aliento y reediciones en pan de oro. Y es muy triste, porque lo que hay que hacer, creo yo, es comprar sus obras hoy y no llorar por ellos mañana.
      En fin, muchas gracias por el comentario. ¡Un abrazo!

  3. Lo voy a compartir a ver si tus sinceras palabras iluminan a otros =)
    Un abrazo grande, es bueno saber que hay otros que piensan exactamente como tú, no porque me guste tener razón, sino más bien porque es lo justo.

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