Escribir por obligación

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En una ocasión leí que Kafka había dispuesto dos clavos atravesando la madera de su escritorio. Si el checo se emocionaba en exceso durante el proceso de escritura diario y empezaba a mover las piernas, las puntas se le clavaban en las rodillas.

También se cuenta una historia sobre John Cheever (hablé un poco de él aquí), una anécdota que tiene multitud de variantes, de las cuales yo me quedo con esta precisamente por ser la más escandalosa. En ella se decía que, durante una época de su vida, Cheever  se levantaba todas las mañanas, se vestía de traje y engañaba a su familia haciéndoles creer que tenía un trabajo de oficina. Acto seguido se bajaba a la sala de calderas de su edificio, donde hacía un calor infernal, se quedaba en calzoncillos y escribía hasta última hora de la tarde.

Las dos anécdotas son mentira (al menos en parte) pero vienen muy a cuenta para el tema del que vamos a hablar esta semana: Todo eso del sacrificio personal, de escribir por obligación y, en definitiva, de escribir sufriendo.

Porque ¿quién no recuerda ese bienintencionado consejo de que hay que «escribir todos los días» si uno quiere tomarse esto de la literatura en serio? Lo dice casi todo el mundo y, entre ellos, a veces también lo digo yo. Hay hasta quien dice que es lo que diferencia a un escritor de alguien que escribe.

Yo no sé si soy de los unos o de los otros, pero ahora mismo estoy involucrado en más de media docena de proyectos relacionados de una u otra manera con la literatura. Cada uno de ellos supone un compromiso con otras personas que dependen de mí y de mi trabajo. Esperan que entregue lo prometido en el plazo acordado y con la debida profesionalidad. Cada uno de ellos también requiere de mí una cantidad de tiempo importante. Y mi tiempo, como el de todos los demás, es frágil. Tengo un trabajo de día que me da de comer y destruye mis energías. Y por alguna parte también debo de tener una vida, aunque a veces no la encuentre.

Quizá he mordido más de lo que puedo tragar, como suele decirse. En las últimas semanas me descubro escribiendo en los trayectos de tren, en los aeropuertos, en la sala de espera del dentista. Cuando salgo de casa dejo la novela sobre la mesilla. Solo me llevo el cuaderno, para seguir escribiendo.

Bajo estas circunstancias, me planteo la necesidad de someterme a todos estos plazos, compromisos y auto-imposiciones. Si escribir acaba siendo como un trabajo que no produce resultados crematísticos, entonces ¿para qué el esfuerzo? ¿Merece la pena?

Yo creo que sí.

Lo cierto es que pocos escritores ha habido —yo ahora mismo no recuerdo a ninguno— que hayan escrito solo cuando les apetecía. Si existieron, probablemente dieron en el clavo una sola vez, no más. Un libro que se escribe a golpes de inspiración también se escribe a trompicones. Se escribe mal, vaya.

Hacerlo de la otra forma, hacerlo a pesar de todo, es bastante frustrante. Desespera. Escribir ficción no es como otros trabajos. Es necesario encontrarse en un cierto estado mental, al cual se llega después de bastante esfuerzo, y que además se pierde con mucha rapidez. Esto es lo que a mí me pasa a lo largo de una sesión de escritura. ¿Cuánto tiempo paso tecleando, y cuánto pensando en qué voy a teclear, cogiendo aliento, desesperándome? Prefiero no echar cuentas. He aprendido que todo ese tiempo es necesario, parte del proceso. Escribir no es como poner ladrillos: La mayor parte del tiempo que el escritor dedica a su profesión no es un tiempo productivo. Sé que para algunos de vosotros todo esto funciona de otra forma, pero no para mí.

Dos mil palabras se escriben muy rápido. En media hora has terminado. Elegir dos mil palabras seguidas, sin embargo, es mucho más difícil. Y en esto no hay recortes ni atajos. Si escribes con desgana, con falta de interés, estás perdiendo el tiempo. Serán palabras malas que nunca llegarán a la versión final. Al lector no se le puede engañar.

Por tanto, sirva este artículo como catarsis personal. Cuando la escritura parece que deja de ser un hobby para convertirse en un trabajo, urge recordar por qué estamos haciendo esto, por qué lo disfrutamos, por qué lo necesitamos. Creo que obligarse a escribir no tiene por qué ser malo, siempre y cuando escribamos con la pasión necesaria y no olvidemos que esto es lo que nos gusta, y que bien merece la pena hacer el esfuerzo.

27 comentarios

  1. Interesante reflexión sobre un tema muy relevante. Yo pienso que por un lado si uno quiere ser, si uno es, escritor, hay una dosis de esfuerzo, de disciplina, que tiene que estar ahí y a veces implica empujarse a hacer cosas que no apetecen. Pero no creo en la escritura atormentada. Si uno tiene que forzarse a escribir como norma, mejor dedicarse a otra cosa… La escritura es una vocacion, y como tal una experiencia eminentemente dichosa. No se puede esperar que todos los momentos escribiendo sean una experiencia emocionante, fluida y extática. Pero se escribe por vivir esos momentos. Creo yo.

    1. Pues sí, estoy de acuerdo contigo. La mayoría de las cosas que merecen la pena requieren esfuerzo. Pero al final, si el sufrimiento supera la dicha, igual es mejor dedicarse a otra cosa. A mí me ha pasado con un montón de hobbies manuales o artísticos: llega un punto en el que haces un análisis, ves el esfuerzo que requiere pasar a otro nivel, y ahí decides si tirar para adelante o dedicarte a algo que te dé mayores alegrías.
      A lo largo de los años he abandonado muchas otras aficiones. Con la escritura, de momento, ahí sigo. Algo tendrá 🙂

  2. Hola, Víctor

    Te diría que me ha extrañado verme representado en este artículo, pero te mentiría. Me has fotografiado, colega.
    Creo que me encuentro en la misma situación que tú, me veo forzado a escribir todos los días por trabajo —escribir por pelotas, vamos—, cuando llego a casa estoy tan cansado y con la cabeza tan embotada que, cuando me siento a escribir, me dan arcadas.
    Yo creo que, simplemente, es un proceso, uno de esos momentos que todos pasamos en blanco y que se te van tan rápido como vienen, pero el problema es que tengo que entregar artículos, relatos y colaboraciones, y la verdad es que, cuando estoy en casa solo tengo ganas de tirarme en el sofá escuchar música o dedicarme al maravilloso mundo de los videojuegos, a ver si me despejo.
    Al final, no hago nada de eso, me siento y escribo, como bien dices, muchas de esas cosas nunca llegarán a la versión final, ¿por qué? Porque es basura que escribo sin ganas, son palabras mal escogidas, mal guiadas y que necesariamente nacen muertas.
    Bueno, al menos es esperanzador saber que no estoy solo en este momento.
    Gran artículo y mucho ánimo!

    1. Hola, Jaume. Lo primero de todo, mucho ánimo con el curro. Estás en mil saraos, y me parece una proeza que puedas sacarlo todo adelante. A mí nunca me ha gustado trabajar con plazos, aunque a veces las fechas límite me ha ayudado a terminar cosas que de lo contrario todavía estarían en un cajón. Creo que a nadie le gusta la presión, aunque es verdad que hay personas que reaccionan mejor que otras. Yo estoy aprendiendo ahora a aplicar estas lecciones aprendidas en otros curros a la escritura.
      En realidad estoy contento, y sé que puedo sacar adelante todos los berenjenales en los que me he metido (y me han metido, que de eso también hay). Te pasará lo mismo que a mí: cuando miras hacia atrás y ves el trabajo terminado, se te olvidan los sinsabores y te das cuenta de que todo ha merecido la pena.
      Eso sí, a este paso me parece que el Fallout 4 me lo voy a terminar para el 2020, XD.

  3. Totalmente de acuerdo. Recuerdo que una vez le dije a una profesora estaba muy ocupado porque “tebúa que escribir mucho”. Y ella me respondió: “no tienes, quieres. Las cosas se hacen mejor cuando se hacen por placer y no por obligación”. Y en ese momento implosioné, porque tenía razón. Muchas veces me decía a mí mismo que tenía que ponerme a escribir como si fuera algo que debía hacer y no algo que me apeteciera. Desde entonces, cada vez que tengo que obligarme a escribir, trato de recordar lo mucho que me gusta. Y funciona!
    Saludos!! ^^

    1. Hola, Eduardo. Pues tu profesora tenía toda la razón. Que algo te guste no quiere decir que tenga que ser fácil, o que venga sin esfuerzo. Y si no, que se lo digan a un aficionado al montañismo. De vez en cuando está bien recordar que esto es lo que queremos hacer, y que no todos los días las palabras tienen por qué acudir sin esfuerzo. La maldita inspiración (que vale, existe, pero ¿y qué?) ha hecho mucho daño a esta profesión.
      ¡Gracias por tu comentario!

  4. Entiendo muy bien a qué te refieres. Hay momentos en los que tienes que hacer maravillas para sacar tiempo para escribir. Yo también preciso de un “calentamiento” si quieres llamarlo así, en el que leo todo lo que hice en la sesión anterior y planeo el trabajo de esta, cuesta coger ritmo, esto es así y en muchas ocasiones hay que parar al poco tiempo de haberlo cogido.

    Sin embargo, merece la pena. Y siendo sinceros, hay que estar un poco loco para dedicarse a juntar palabras 😛

    ¡Un abrazo y ánimo con el trabajo!

    1. Hola, Ana. Pues vengo de leer “no es para tanto eso de escribir” de Lem Ryan (una lectura ligera, pero recomendable) y me alegro de que te pase lo que a mí, porque los monstruos de la era pulp se ventilaban una novela en una semana, y a ese ritmo, ni “flow” ni “calentamiento” ni nada.
      Cada vez que me siento frente al teclado no sé lo que va a pasar a continuación, y por eso sigo sentándome día tras día. Sé que en promedio, (a mí) siempre me acaba mereciendo la pena. Y esto lo digo después de pasarme un año quemando manuscritos de novela terminados uno detrás de otro porque nunca me dejan satisfecho.
      ¡Un abrazo para ti también!

  5. ¡Yo también me he visto muy reflejada! Siempre bromeo diciendo que hay que tener cuidado con lo que uno desea, ¿vivir de escribir? ¡Conseguido! Tal vez debería haber deseado escribir siempre por placer y que me tocara la lotería, no sé… Yo antes tenía una vida laboral, ahora igual ya no, pero hubo un momento en el que todavía podría haber vuelto a lo que hacía y no lo hice. Ahora podría reinventarme y dejar de escribir… pero no, prefiero vivir de escribir, aunque a veces (muchas) sea una mercenaria de las letras.

    1. Hola, Clara. Yo no vivo de escribir. Me gustaría, como a otros muchos, pero sé que es un regalo envenenado que puede llegar a matar la pasión por la literatura. Siempre me ha llamado mucho la atención la postura de un escritor como Santiago Eximeno, que nunca quiso cobrar o “profesionalizar” su trabajo literario. En su caso, creo que los tiros iban por ahí.
      Me parece que leí un comentario en MOLPE en el que decías que, entre otras cosas, te dedicabas al ghostwriting o, al menos, a la escritura de novelas por encargo. Supongo que igual a la larga eso perjudica tus proyectos personales, no lo sé. Sé que la realidad será menos romántica de lo que parece, pero disfrútalo en la medida de lo posible. Muchos quieren, pero casi nadie es capaz de llegar a donde has llegado tú.
      ¡Un abrazo!

    2. ¿Como que “Santiago Eximeno, que nunca quiso cobrar o “profesionalizar” su trabajo literario”? ¡Que todavía estoy vivo y no quiero hacerlo! 😀
      Nah, en serio, creo que todas las opciones son válidas, que cada autor tiene que encontrar su camino. Yo escribo cosas por las que me pagan, y escribo muchas más que o bien no creo que tengan viabilidad comercial o bien no quiero que me paguen por ellas. ¿Por qué? Porque para mí la literatura no es un trabajo. Entiendo que debo cobrar por ello cuando el profesional que me edita cobra por publicarme, pero no tengo en mente el valor crematístico de mis textos antes (o después) de escribirlos. Y fíjate que eso no cuadra con participar en concursos literarios -algo que hago habitualmente cada año-, pero soy humano e incoherente, no me podéis tomar demasiado en serio 🙂

    3. ¡Hola, Santiago! Los poderes invocadores de Google son una maravilla XD.
      Dices: “Para mí la literatura no es un trabajo”. Ahí está la clave. El escritor de ficción profesional que vive exclusivamente de su trabajo es casi una entelequia (y lo ha sido siempre, no es una cosa de ahora). La cuestión es que muchos por aquí nos lo tomamos como tal: como un trabajo. Que nos gusta, sí, pero al fin y al cabo es un trabajo. Y como todos los curros vocacionales se disfruta mucho, pero a veces también cuesta mucho esfuerzo.
      Tu punto de vista me parece mucho más saludable que el mío, la verdad. Antes yo tenía la escritura como un hobby (esto es: escribo solo cuando me da la gana, cuando me llega la inspiración), y nunca terminé nada hasta que decidí tomármelo más en serio de lo que quizá debería. Con esto no quiero decir que el que lo considere una afición lo tenga más fácil. Simplemente, para poder terminar las cosas que empiezo, yo necesito algunos de esos tics que tienen los curros normales: horarios, compromisos, plazos, etcétera.
      Es, por tanto, un “trabajo” que no me da dinero pero me produce satisfacción, y seguiré haciéndolo de esta forma mientras me siga compensando. Si hay alguien que ya piensa en lo que va a cobrar cuando se pone a escribir, no creo que dure mucho por aquí. Otra cosa es que te tomen el pelo, porque los libros son un producto y como tal se venden y la gente paga por ellos, no hay que olvidarlo nunca. Si el editor cobra por su trabajo, es lógico que el escritor también (si da para pipas, que por lo menos haya pipas para todos). Eso no contradice para nada tu visión sobre el asunto.
      Muchas gracias por pasarte por aquí a comentar, y perdona por mi desatinada elección de las formas verbales, XD. ¡Un saludo!

  6. Ay… las letras. Podríamos hacer cualquier otra cosa (de hecho, de ahí venimos) y habrán existido formas de ladearnos de ellas (amenazas, armas blancas, arrumacos, consejos bienintencionados, lavados de cerebro) pero ya, no: también me he convertido en rehén. ¿Terminarán sus cascabeles transformándome hasta el punto de sacar partido a ese veneno instilado, como pasa ya con Clara Tiscar, (a quien agradezco haberte encontrado)? Tic-tac, tic-tac, tic-tac…

    1. Hola, Marian. Bienvenida al blog. Tengo pocas cosas claras en la vida, pero una de ellas es que voy a seguir escribiendo. Quizá no necesite publicar, quizá llegue un día en el que cierre el blog y solo mantenga un diario, pero voy a escribir y a leer mientras me queden fuerzas. Es un veneno, como dices, pero un veneno dulce. Ni yo mismo lo entiendo. ¿Y quién sabe? Si en algún momento puedo dedicar ocho horas más al día a escribir, y esa actividad me permite pagar por el pan y por el vino como me lo permite el trabajo que hoy desempeño, bienvenido sea 🙂

  7. Este artículo me ha llegado al alma. Creo que has puesto en palabras un arquetipo que nos afecta a muchas personas, la gran mayoría de los que estamos intentando empezar en esto.

    Yo siempre he dicho que escribir por hobby es como trabajar de albañil sin cobrar, porque es una actividad que requiere mucho tiempo y esfuerzo, pero tenemos esta rara enfermedad, así que palos con gusto saben a almendras.

    Un saludo y mucho ánimo, formemos un grupo de terapia escritores anónimos.
    Saludos

    1. Buenas, Rafael. Cada actividad tiene sus cosas, sí. En la escritura, una de las más difíciles es mantener la constancia y terminar lo que se empieza. Por otro lado, el tiempo, si se pone en relación con los resultados, siempre está en nuestra contra.
      Palos con gusto saben a almendras. Me gusta esa frase 🙂
      ¡Muchas gracias por tu comentario!

  8. Hola Victor,

    quería dejarte este comentario en el artículo de los sicópatas que has escrito en Ateneo literario, pero no sé por qué la web me da error al comentar.

    Te lo pego aquí, espero que no te importe.
    Muy buena la entrada.

    La característica que define básicamente al sicópata es el egoismo en su peor expresión y a ultranza.

    Solo un apunte: Lecter sí tenía un código ético. Solo se comía a gente que consideraba vulgares, y cuya desaparición, según él, supondría una mejora para el mundo. De este modo al final el autor consigue que el lector piense que en cierta manera merecen el castigo de Lecter, porque de alguna forma son villanos, y esto convierte a Lecter en otro “vigilante”.

    Como siempre, parece que Jaume me ha leído la mente, porque iba a decir que el que sí es un sicópata descontrolado es el protagonista de El Dragón Rojo.
    Lo comparto en redes.
    Saludos.

    1. Claro que no me importa. Si te parece, lo copio y lo llevo a la web de Ateneo, junto con mi respuesta, para que quede todo más ordenado y el resto de la gente pueda leerlo. ¡Muchas gracias!

  9. Yo tengo un truco para no escribir por encima de mis posibilidades: hacerlo siempre a mano, con lápiz o boli, cualquier herramienta que no sea teclado.
    Cuando escribimos a mano, las cosas pasan por otro lado y se ejercita la motricidad fina. Al no estar tan al alcance (de la mano) deja de ser un acto compulsivo, como teclear el móvil en cualquier pausa en vez de observar o pensar… Es menos inmediato, hay que abrir la libreta, buscarle apoyo, sentarte… y escribir.
    Claro que yo no ando metida en tantos proyectos literarios, pero si así desconectaría de las letras, sin renunciar a mi pasión. Pensaría: “Es una etapa peleona; ya vendrán tiempos de calma chicha (siempre llegan); y entonces escribiré “lo mío”. Mientras, tomo nota de todo, mentalmente, y a mano.”

  10. Muy interesante, sí señor. Yo creo que la escritura como cualquier deporte requiere de un fondo importante, y el fondo te lo da escribir mucho. A veces mejor y a veces peor, pero escribir te hace fuerte y te da herramientas para llevar al papel eso que nos araña más y más las neuronas. Yo intento escribir todos los días desde hace dos años, y desde luego, son los dos años más productivos de mi vida, y en los que me siento más cómoda con lo escrito, porque uno se siente cómodo con lo que conoce. Sí, hay mucho tiempo perdido entre palabra y palabra, pero yo también creo que forma parte del proceso. Y el proceso me gusta, y la escritura más. Gracias por compartir tu experiencia.

    1. Gracias, Judith. Sí, las horas que uno echa delante del teclado (incluso las horas muertas) luego se notan en los resultados. Hay momentos más agradables y otros que son más estresantes. No sé qué autor o autora decía que no le gustaba escribir, que lo que le gustaba era “haber escrito”. Yo disfruto mucho con la escritura, pero también creo que para cumplir objetivos es necesario el esfuerzo y ser capaz de ver más allá. El esfuerzo cuesta; y todo lo que cuesta, a veces no apetece, como es lógico.

  11. En primero, lo siento para mis faltas y si no he comprendido enteramente tu artículo, soy Francesa y no hablo muy bien español (pero probando de mejorarme ^^).

    En mi caso, escribo cuando tengo inspiración PERO pienso a mi historia todos los días, a los personajes, etc. Pues… al final puedo decir que escribo todos los días pero… ¡en mi cabeza! 🙂
    En realidad no puedo escribir “verdaderamente” todos los días porque necesito tiempo para pensar a mi historia (la primera novela, escribí capítulos a menudo cada semana, un capítulo por semana). Si hago un proyecto antes de escribir… ¡no puedo escribir! Porque no puedo pensar… estoy bloqueada.

    1. ¡Bonjour, Mo! Me gustaría responderte en francés, pero por desgracia hace muchos años que no lo practico y he olvidado casi todo lo que aprendí. Aunque el tiempo que dedicas a pensar la historia no es «escribir» propiamente dicho, es una tarea imprescindible y que también forma parte del oficio de escritor. Un escritor no se limita a taquigrafiar lo que le va viniendo a la mente; es un trabajo que requiere mucha reflexión y planificación. Todo el tiempo que le dedicas a pensar, a tener ideas, a desenredar una trama o a darle forma a un personaje, es tiempo necesario que luego se refleja cuando te sientas frente al ordenador para tratar de llegar a las 1000 palabras diarias (o al límite que cada uno se haya impuesto, si es que se ha impuesto alguno).

      Con la práctica, uno acaba por desarrollar una intuición que le indica cuándo una historia está lista para pasar a papel. Para algunos es cuando tienen una escena clara, o un personaje definido; para otros es cuando han terminado una escaleta y saben exactamente todo lo que va a pasar. Ninguna de las dos opciones es mejor que otra.

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