Malas novelas y segundas oportunidades

En algún sitio leí que la industria editorial española la mantenemos dos mil valientes, dos mil lectores hardcore que compran más libros de los que pueden consumir. Una panda de bibliófilos y bibliómanos que pretendemos leer por encima de nuestras posibilidades, que acaparamos libros como el que acumula latas de conserva en previsión de un holocausto nuclear.

No sé si esto es verdad, pero me agradó la idea. Si tengo que elegir, prefiero que el bienestar del negocio del libro esté en manos de sus fans más irredentos que en la de los volubles compradores de superventas, manuales de cocina y libros de autoayuda.

Por otro lado, solo puedo sentir lástima por todos esos libros que se compran y que nunca se leerán. Da igual si la adquisición es compulsiva o meditada, creo que muchos de nosotros hemos comprado un libro que nunca hemos llegado a leer, o que solo hemos leído en parte. Hay libros abandonados en nuestras estanterías que, si tienen la suficiente capacidad, también contendrán volúmenes que ni sabemos que existen, novelas que nos llamaron la atención al principio y que luego pasaron rápidamente de engrosar la pila de pendientes en la mesilla a formar parte del olvido silencioso de un estante alto.

A veces la obra en cuestión no es lo que pensábamos que iba a ser. A veces es distinta, o simplemente mala. A veces la compramos con una intención (como libro de consulta, como parte de labores de documentación) y luego perdemos el interés.

Tengo amigos que siempre terminan los libros que empiezan. En su ahínco no influye lo mucho o lo poco que estén disfrutando de la lectura ni el interés por saber cómo termina la historia. No sé por qué —no sé si tendrá relación, aunque a priori podría parecerlo— mis amigos tienen bibliotecas pequeñas, casi siempre compuestas por libros que ya han leído. Algunos ni siquiera tienen estanterías y solo conservan el libro con el que estén en ese momento. Cuando lo terminan, lo regalan a otro amigo, lo donan a una biblioteca o lo abandonan en un banco del parque en espera de que otro lo encuentre y le dé una segunda vida.

Hace unos cinco años empecé a elaborar una lista de libros leídos. Mi intención con esto no era apuntarme a una de esas maratones que se practican en Goodreads y que todavía me provocan sentimientos encontrados, sino más bien mantener un registro de todo lo que pasa por mis manos. Así compruebo si he leído más este año que el anterior (siempre intento que sea más), si he leído obras variadas (¿suficientes clásicos, demasiado género, pocas mujeres, mucho anglosajón?) y poco más. Una de las normas para aparecer en la lista es, por supuesto, haber terminado el libro, y eso me lleva últimamente a hacer más esfuerzos, porque hay libros que abandonaría alegremente al 70% e incluso al 80%; cuando aburren, cuando cansan, cuando sabes que no te espera nada en esas últimas cincuenta páginas y ya empiezas a estar un poco harto.

Y si no lo hago es solo por la dichosa lista, por apuntarme tantos. Qué raros somos los humanos y cómo nos gustan a veces las competiciones y los juegos, aunque no sirvan para nada.

Otra de las razones para hacer ese esfuerzo supino de acabar un libro malo de necesidad es el dinero que ha costado, por no hablar de las contracturas de espalda que me ha causado transportarlo en el equipaje a través de vuelos low cost y cientos de kilómetros de vías de tren. Qué le vamos a hacer, me produce una frustración inmensa gastarme veinte euros en una novela nefasta. Siempre hay demasiados libros por leer y siempre hay poco dinero en la cuenta, así que este es un asunto que no es nada difícil de entender. Acabar un libro que ha costado su buen dinero ayuda, aunque este sea un pensamiento contraintuitivo y un poco imbécil: además de palmar pasta, estoy palmando tiempo que podría estar mejor invertido en otra cosa, lo que es casi peor.

Aunque también es verdad que a veces no es el libro indicado o el momento adecuado. Hay ciertas novelas que abandono después de veinte, cincuenta o cien páginas, pero dejo el marcador ahí, como una vela triste o una bandera a media asta que me recuerda que en algún momento tendré que volver a embarcarme en esas aguas —o esos lodos— cuando soplen vientos más favorables. Los clásicos y los libros que son mil veces recomendados a menudo merecen segundas oportunidades. Las novelas que han sufrido una mala traducción exigen una lectura más cuidadosa en su lengua original.

¿Y vosotros? ¿Termináis todos los libros? ¿Dejáis muchos a medias? ¿Qué hacéis con ellos después?

11 comentarios

  1. Cada vez más. Tengo la sensación de que o bien cada vez tengo menos paciencia o bien cada vez soy más vieja y estoy más cansada. Doy pocas segundas oportunidades. Solo a aquellos libros que sé que no era el momento pero están bien escritos. Y, a veces, ni a esos.

  2. Muy interesante el artículo. Mis estanterías también están llenas de billetes de autobús sobresaliendo entre las páginas de libros abandonados.

    Mis ojos van a durar demasiado poco antes de abonar el suelo como para andar empleándolos en algo que no me gusta. No, ni hablar. Unas cincuenta páginas es todo el margen que les doy. Luego, a la estantería y a por otro. Las segundas oportunidades son otra historia: no soy el mismo hoy que hace diez, veinte o treinta años, así que los libros que abandoné entonces me parecen ahora distintos.

    Por otro lado, hacer listas de lecturas me provoca escalofríos, y eso que alguna vez lo he intentado. Solo la idea de convertir un placer en algo que suene, aunque sea remotamente, a obligación, acabaría para mí con gran parte de la diversión.

    1. Entiendo tu opinión sobre las listas. Yo lo hago porque me lo tomo como un juego. Este año es el primero en el que leído algo menos que el anterior y la verdad es que me da igual, no me lo tomo a la tremenda, pero es un dato que me gusta tener. El convertir la lectura en una obligación es matar un poquito la afición. Para los escritores es a veces necesario —forzarse a leer aunque no a uno no le apetezca del todo, elegir de vez en cuando lecturas de clásicos o más complejas por encima de obras más escapistas— pero, en general, todo aquello que se hace de una forma forzada, se acaba convirtiendo enseguida en un suplicio. Y bastantes suplicios tiene ya la vida.

  3. Muy interesante el artículo 😉

    En mi caso, hasta hace un par de años trataba de acabar siempre el libro que había empezado. Actualmente, mi tope está entre las sesenta y ochenta páginas. Si no me atrapa, lo siento, y me da pena, pero son tantos los libros que quiero leer y el tiempo tan breve que paso a por otro. Alguna segunda oportunidad, pero raramente.

  4. Muy buen artículo. En mi caso, cada vez que la lectura no me engancha siento una obligación (casi religiosa) de terminar las historia. Otro caso peculiar es mi situación al escribir y publicar ya que he publicado tres novelas cortas, las tres han sido compradas por un cliente. El me ha dado la opinión de solo una (la primera) pero cuando le pregunto por las otras no me responde. Tal vez no las ha leído o no le ha enganchado como la primera 🙂

  5. Pues yo me los acabo todos. Nunca me he dejado uno sin terminar, pero hay trampa, claro está. Si veo que me va pareciendo infumable, lo empiezo a leer en diagonal, a saltos, como si me transformara en una especie de lectora canguro. Hasta ahora guardaba todos mis libros, pero como estoy de obra en casa y mi familia me amenaza con echarme, he aprovechado para regalar o donar un montón de ellos. Ha muerto gran parte de la literatura romántica de mis años mozos, y se han salvado clásicos, o acción y misterio. Y nunca he hecho listas, pero tampoco me quita el sueño. No recuerdo ninguna época de mi vida en la que no haya estado leyendo algo.
    Por cierto, me encanta seguirte. Gracias por todo lo que compartes.

    1. Muchas gracias, Adela. Yo no puedo leer a saltos, salvo que se trate de un libro académico o de no-ficción. Si me veo en la necesidad de leer en diagonal, es que esa novela no es para mí. Y de momento soy totalmente incapaz de deshacerme de mi biblioteca, salvo de un par de libros aislados de tanto en tanto. Quizá si llegan tiempos difíciles tendré que hacerlo, pero prefiero no pensar en ello. Mi colección de libros es como un proyecto de vida, algo que ha crecido conmigo desde que era un crío. Sé que es estupidez, un apego absurdo a las cosas materiales (y más con el libro electrónico, que encima utilizo asiduamente), pero no puedo evitarlo, qué le vamos a hacer 🙂
      Un abrazo y gracias por compartir tus reflexiones por aquí.

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