El futuro de la Inteligencia Artificial en la escritura y la literatura

Si existen los early adopters, yo soy un late adopter. Un adopter gruñón que solo compra tecnología nueva cuando la obsolescencia programada empieza a hacer de las suyas.

Tardé una eternidad en tener mi primer smartphone y todavía odio bajarme apps para facturar billetes de avión o escanear códigos QR para leer los menús de los restaurantes. No tengo robot de cocina y sigo prefiriendo los libros en papel a los digitales.

Me agotan los cambios.

Ahora llega la inteligencia artificial, la IA, y supone un cambio de paradigma para… Bueno, para todo. En pocos años habrá un montón de cosas que haremos de forma distinta o que no haremos en absoluto.

Conducir, por ejemplo. O programar. O hacer un brainstorming al uso. Tampoco habrá necesidad de aprender otros idiomas, pues la traducción automática lo hará todo por nosotros. Los kanjis japoneses se transformarán en caracteres occidentales gracias al cristal de nuestras gafas y la IA doblará las voces de los actores manteniendo el mismo tono y la misma inflexión, sincronizando el movimiento de los labios para que no sea necesario leer subtítulos. Y otro millón de cosas que ni siquiera podemos imaginar.

¿Y qué cambios supondrá para la escritura y la lectura? Pues podemos hacernos una idea. En el sector del copywriting la IA ha destruido miles de empleos y dentro de muy poco le seguirá la traducción. Aunque la traducción automática está lejos de ser perfecta, el ahorro en costes y la falta de criterio de un buen número de consumidores compensará el problema: con que se entienda más o menos de qué va la cosa, basta.

Supongo que el año pasado ya se habló de esto hasta la saciedad y que soy el último en llegar al baile, pero…

Ya sabes, late adopter.

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La IA y el arte

La creación artística será uno de los ámbitos más afectados por la IA a corto plazo. De momento, el cambio que más ha llamado la atención se ha producido en la ilustración. La IA puede imitar cualquier estilo y produce resultados muy vistosos.

Supongo que, en el futuro, no hará falta aprender a dibujar o a tocar un instrumento. A priori parece una inversión de tiempo inútil y poco productiva. Es demasiado esfuerzo, demasiados años de trabajo para obtener resultados mediocres y resulta descorazonador la velocidad con la que una IA puede plasmar nuestras ideas en la pantalla o crear melodías de la nada.

Es evidente que la escritura creativa no tardará en seguir el mismo camino, y antes o después vendrá el cómic, y luego el cine, las series de televisión y los videojuegos. Los «escritores» pasaremos de la fase más bonita del asunto, fantasear con la historia, a la fase final: tener el producto terminado entre las manos.

Entrecomillo la palabra «escritor» porque no me cabe duda de que seguirán llamándose así, aunque hayan pasado a ser otra cosa. Es como si yo me llamara ebanista por montar una estantería del Ikea.

Nos convertiremos en figuras no muy distintas a los mecenas del pasado, falsos ricos. Podremos pedir a estos artistas de silicio que compongan sinfonías y poemas épicos para nosotros, sagas interminables, potencialmente infinitas. Viviremos inmersos en mitologías fabricadas a medida, disfrutando de un entretenimiento sin límites.

O no. Porque, la verdad, seguro que luego no nos apetece leer todas esas obras que hemos producido nosotros mismos por IA igual que tampoco hemos abierto ni una sola vez esas enormes bibliotecas digitales de varias gigas descargadas por Torrent. Ahí siguen en el disco duro externo, cogiendo polvo pixelado. ¿Quién tiene tiempo para leer?

Sin embargo, sí querremos que nuestras obritas creadas por IA las lean los demás. Las consideraremos de nuestra autoría, diremos que son nuestras ideas las que están plasmadas ahí y pondremos nuestro nombre en la portada.

¿Para qué sufrir escribiendo una novela si una IA puede escribirla por nosotros? Al final, será nuestra igualmente. ¿Para qué leerla, si podemos pedirle a la IA que nos presente los puntos principales o escuchar en YouTube un resumen de la trama?

No hay tiempo para más.

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Ya está aquí

De hecho, los escritores ya están utilizando la inteligencia artificial como herramienta. Entre otras cosas, la emplean para escribir relatos para enviar a concursos y revistas de todo tipo: el editor de Clarkesworld tuvo que cerrar la recepción de manuscritos porque se vio inundado por una avalancha de relatos escritos mediante inteligencia artificial.

Detrás del uso de la IA también están los mismos trucos de marketing basura que hemos estado tolerando durante décadas. En el caso del ensayo y la no-ficción, la idea de aprovechar de los libros como imagen de marca, como forma de posicionarse en un mercado para transmitir una imagen profesional. Y también el objetivo de usar los libros meramente como una forma extra de «ingresos pasivos», una idea diseminada por esos gurús que te aseguraban que ibas a hacerte rico.

En resumen: dedicarse a publicar libros por las razones equivocadas.

Ahora esos ingresos son tan pasivos que ni siquiera es necesario crear los textos por uno mismo. De forma completamente automatizada, si uno de estos relatos pasa el filtro de un concurso, recibirás dinero. Si un lector lee uno de tus libros con portada generada por IA y texto redactado mediante IA en Kindle Unlimited, cobrarás unos céntimos.

Seguirás sin hacerte rico, pero por lo menos ya no tendrás que esforzarte.

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La resistencia

Por supuesto, ningún artículo sobre IA estaría completo sin mencionar la ética y los derechos de propiedad intelectual. A mediados de 2023, autores como Mona Awad y Paul Tremblay interpusieron una demanda contra OpenAI porque piensan que han atiborrado a la IA con sus novelas. Pocos meses después de esta demanda, Michael Chabon y otros autores hicieron lo mismo con ChatGPT.

Es difícil saber si tendrán éxito o no; incluso si han «alimentado» la IA con sus obras, no está claro que esto realmente suponga una vulneración del copyright. Awad y Tremblay argumentan que la IA es capaz de hacer resúmenes muy detallados de sus libros, pero es discutible que esto implique que los hayan utilizado como material para entrenarla.

Michael Chabon en una fotografía tomada por Gage Skidmore

Quizá los juicios se resuelvan a su favor, pero esto no afectará al futuro de la IA. Hay escritores anónimos, autores cuyos nombres no venden novelas y que están dispuestos a aceptar trabajos entrenando IAs para perfeccionarlas. Varias empresas de Silicon Valley han contratado poetas, dramaturgos o profesionales con másteres en escritura creativa.

Se parece al problema de los actores de Hollywood con su huelga. Tal vez consigan proteger su imagen a título individual, pero siempre habrá personas dispuestas a ofrecerse para generar modelos digitales con los que fabricar nuevos ídolos que el público pueda adorar.

A nadie le importa que no sean reales.

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¿Tiene sentido?

Cuando Barthes anunció la muerte del autor, la IA no existía.

Ahora realmente podemos tener la obra sin autor, el arte sin agencia. Ya no habrá una autoridad moral que fuerce al lector a interpretar el texto en un determinado sentido ni un humano detrás.

Parece que el «avance» tecnológico siempre es algo irremediable. Las cosas se hacen porque pueden hacerse y porque generan beneficios. La ética y la lógica quedan al margen. Estoy seguro de que la IA va a usarse para todo en pocos años y va a plantear problemas mucho más importantes en la sociedad que los que afectan a los escritores de narrativa.

La verdadera pregunta es: ¿tiene sentido hacerlo?

¿Tiene sentido escribir sin escribir o escribir como un cíborg, usando misteriosas pócimas tecnológicas (heurísticas las llaman) para producir un libro? ¿Tiene sentido leer una novela sabiendo que no hay nadie detrás, incluso si esa novela es indiferenciable de una escrita por manos humanas?

El arte siempre ha sido algo indisociable de los humanos. Está hecho por nosotros y habla de nosotros. De un momento, de un lugar, de una persona.

Lo peor de la IA es que no funciona del todo aún, pero no cabe la menor duda de que va a funcionar. Va a producir obras de arte (pintura, novela, cine, música) indistinguibles de las que podría crear un humano.

Supongo que tiene sentido. Al igual que el arte de verdad, el «arte» creado por IA nos habla de la época en la que vivimos. Es un testimonio valioso de dónde estamos y de lo que somos. De que ya no tenemos tiempo ni interés por nada. De que lo importante es producir y producir, de forma mecánica, acrítica, y amontonarlo todo en enormes contenedores digitales para que desaparezca de golpe cuando llegue la próxima tormenta solar.

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