La vida es injusta. En el mejor de los casos, el mundo está compuesto por una serie de sucesos aleatorios e incongruentes a los que es difícil dotar de significado. Un asesino en serie se encuentra un billete de cincuenta tirado en el suelo y lo utiliza para comprarse una radial nueva. En el otro extremo de la ciudad, sin embargo, un cooperante voluntario muere por el impacto de una maceta que ha caído desde la terraza de un quinto piso.
Eso es la vida pero, por alguna razón, de la ficción esperamos otra cosa. Aceptamos que el héroe sufra, e incluso que algunos de sus amigos se queden por el camino. Pero, al final, queremos que el protagonista reciba una recompensa por todo ese esfuerzo, y que el villano acabe pagando las consecuencias de sus actos. En definitiva, cada vez que leemos una historia, confiamos en la existencia del karma.
Pero, ¿qué es el karma? En este contexto, el karma es una fuerza universal que recompensa o castiga a los seres humanos en base a sus intenciones y a sus acciones. Es una suerte de justicia divina que equilibra la balanza moral de una historia. Una forma más certera de denominarlo, quizá, sería consecuencialismo. Al hablar de consecuencialismo occidentalizamos el concepto de karma, y además nos desprendemos de la connotación religiosa y de las complejidades que esta conlleva.
En esta breve nota se explica muy bien el concepto del karma aplicado a la literatura con dos ejemplos clásicos: Romeo y Julieta de William Shakespeare por un lado, y Matar a un ruiseñor de Harper Lee por otro. En el primer caso, el karma actúa perjudicando a las familias veronesas de los Capuleto y de los Montesco debido a que no han sido capaces de resolver sus rencillas. En el segundo ejemplo, el karma beneficia a Atticus Finch a través de uno de los personajes con los que se ha comportado de forma honrada. El karma es también lo que se encuentra detrás de estructuras narrativas tan antiguas como la de la muerte agradecida (the grateful dead).
Entre las acciones de un personaje y la actuación del karma casi siempre hay una relación directa. Un personaje que hace lo correcto no es rescatado más tarde de una situación comprometida gracias a un fenómeno fortuito o a un Deus ex Machina, sino que suele ser una acción desinteresada la que más tarde provoca una reacción inesperada (no buscada de forma consciente) que termina por beneficiarlo.
Esto se debe a que el azar es difícilmente justificable en la narrativa, a pesar de jugar un papel tan relevante en nuestra vida cotidiana. Si un personaje lleva toda la novela buscando trabajo, y en el último capítulo encuentra una oferta de empleo y lo contratan sin más, el lector se sentirá estafado. En cambio, si el personaje ayuda a otra persona de forma desinteresada al principio de la novela, y es esta persona quien más tarde vuelve a encontrárselo y le ofrece el trabajo, el lector lo encontrará más fácil de digerir. Así de raro es nuestro cerebro: estamos obsesionados por establecer relaciones de acción-consecuencia.
¿Por qué la mayor parte de las historias juegan con este concepto basado en los castigos y en las recompensas? No hay una respuesta clara, y sobre esto se podría hablar largo y tendido. Quizá porque, a un nivel primitivo, las historias modernas se alimentan de fábulas más antiguas, relatos que tenían un objetivo aleccionador o moralizante. Quizá porque el mundo es caótico y aterrador, y siempre nos han gustado más las historias ordenadas, en las que parece que hay alguien detrás —los dioses, el escritor— con un gran Plan. O quizá porque somos buenas personas y queremos que a la gente buena le pasen cosas buenas, y que los malvados reciban su castigo.
Canción de hielo y fuego, G. R. R. Martin, es un buen ejemplo de cómo un escritor puede hacer saltar por los aires el concepto simplista del karma literario. No estamos contraponiendo Juego de Tronos con El Señor de los Anillos porque no hablamos aquí del Bien ni del Mal, sino de consecuencias beneficiosas o perjudiciales desde el punto de vista de un personaje. Aquí Martin destaca por castigar a los justos y beneficiar a los taimados. Aunque no siempre: en los Siete Reinos, las cosas funcionan o fracasan de un modo totalmente inesperado.
Da la impresión de que este tipo de narrativas en las que el karma no existe (al menos en la literatura popular, quizá más sujeta a las fórmulas que esa cosa rara e inaprehensible conocida como alta literatura) se están volviendo cada vez más habituales.
El final de La niebla, la adaptación cinematográfica de Frank Darabont, es brutal incluso dentro del género de terror en el que se enmarca, el cual, por sus características, juega a todo esto del karma con unas cartas marcadas. Si el objetivo de Darabont era impactar al público, cumplió con creces; pero el resultado es insatisfactorio para la mayoría de los espectadores, que en su momento lo percibieron como «injusto» porque subvertía esas leyes kármicas a las que estaban tan acostumbrados. En cambio, la novella de Stephen King en la que está basada La niebla tiene un final que no es positivo ni edulcorado, pero sí más acorde con las expectativas del lector.
Tal vez el mundo moderno nos ha vuelto cínicos. También es muy posible que hayamos visto/leído tal cantidad de historias que las antiguas normas y estructuras se han quedado obsoletas. Nos hemos vuelto consumidores especializados y sibaritas. Los viejos modelos no sirven y, simplemente, necesitamos otros nuevos.
O quizá vivimos una época marcada por la inestabilidad y la incertidumbre por el futuro y, en el fondo, seguimos queriendo que el arte imite a la vida.
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Escritor de ficción especulativa, slipstream y novela negra. Bloguero inquieto (e inquietante) también se dedica a la traducción y realiza informes editoriales. Le gusta desmontar historias para ver cómo funcionan por dentro, aunque luego no sepa armarlas de nuevo. Autor de Lengua de pájaros, Duramadre y Fantasmas de verde jade (todas con Obscura Editorial).
Interesante entrada. La verdad, no creo que el motivo por el que estemos olvidando las viejas estructuras se deba a que deseamos que el arte imite la realidad. De hecho, creo que el hecho de que no admitamos sucesos aleatorios en la ficción es porque esperamos que una historia supere la realidad, no que la emule. Si nos resulta frustrante presenciar las coincidencias inexplicables de nuestro día a día, sería insoportable que ocurriera los mismo en todas las obras de ficción. Claro, hay autores que no le paran a la sed de justicia inherente en el ser humano y hacen lo que les place, como Martin, que ya mencionaste.
Hola, Ana. Pues sí, buscamos otra cosa en una historia. Hasta las vidas más interesantes se convierten en historias incoherentes y aburridas si no se adaptan correctamente. Ahí está el género de la biografía, que tiene que ser fiel a los hechos y al mismo tiempo darle un sentido y una unidad narrativa al asunto.
No se cual será la tendencia o si la justicia karmica narrativa esta obsoleta, pero a mi me gustan las historias con un final feliz o si lo prefieres, justo. Cierto es que algunas veces hay que cargarse al prota porq la historia lo requiere, pero como lectora prefiero que no sea así. Como escritora hago lo que sale, y me gusta sacarle el lado malo a los buenos y viceversa. Un beso
Buenas, Judith. Yo no tengo problemas con que una historia acabe mal, siempre y cuando el desarrollo de la misma invite a ello. Eso sí: aun cuando las cosas no terminan como a uno le gustaría, sí que agradezco un mensaje positivo al final o algún elemento esperanzador. Desde luego, el final de “La niebla” es de todo menos justo, y a mí me hizo sentirme un poco estafado.
¡Un abrazo!
‘Estamos obsesionados por establecer relaciones de acción-consecuencia.’ ¡Brutal y cierto! Nada puede caerle del cielo a los personajes de la historia, especialmente a los chicos buenos. También esperamos que el escritor la juegue de ‘dios justo’ y le tunda con la cazuela a los villanos. Queremos que paguen, queremos sus cabezas en una charola, señor escritor.
Exacto. Es difícil decidir si se debe a una necesidad de justicia en la ficción o a la búsqueda de la lógica entre acciones y reacciones, pero lo cierto es que los lectores esperamos encontrar este tipo de mecánica en una novela. ¡Gracias por comentar!
Quizá sea por lo cansado que estoy de los finales de película en los que siempre vencen los buenos, por muy en contra que lo tengan todo, y donde los malos acaban “recibiendo su merecido”, pero esos finales en los que el héroe muere vilmente y el villano baila en su tumba me encantan. Cuando escribo no quiero que los buenos ganen siempre y que los malos pierdan, gusto de ser “realista”, por así decirlo.
Cuando leí la trama de la Boda Roja en Canción de hielo y fuego, aplaudí porque eso es lo que quiero como lector.
A mí me pasa lo mismo. Además creo que cuanta más ficción lees, más buscas lo diferente o lo especial, y no te conformas con las fórmulas de siempre. Yo no lo veo tanto como una cosa de buenos y malos, sino de lógica interna. Una cosa serían las historias maniqueas del Bien contra el Mal (así, en mayúsculas) y otra las historias que se saltan el esquema de esfuerzo-recompensa, como Juego de Tronos. Eso causa mucho impacto, pero al mismo tiempo produce indignación. Sin spoilers: La Boda Roja me parece un ejemplo bien llevado, porque es consecuencia (aunque excesiva) de un error cometido por Robb Stark. En cambio, hay otros casos en los que Martin se equivoca, a mi parecer, frustrando los esfuerzos de los personajes continuamente sin más objetivo que el cliffhanger y el intento de mantener las expectativas del lector.
¡Buenas Víctor! Tienes toda la razón en lo que explicas, y sinceramente, me da un poco de rabia que nuestro cerebro sea así de raro, porque al fin y al cabo, el mundo es injusto. Alguna vez he pensado en escribir una novela con montones de golpes de suerte y sin karma (porque personalmente, no creo en él) pero me he acabado echando atrás: yo misma sabía que no gustaría.
Aún así, me ha gustado mucho tu artículo y cómo lo explicas ¡enhorabuena y gracias!
PD. Compré en la antología en el Festival Celsius y hoy te asocio con el que escribió esa fantástica historia 😀
Buenas, Raquel. Lo de escribir una historia con eventos “aleatorios” sería un experimento muy interesante, pero quizá también frustrante. Ahora mismo estoy viendo los últimos capítulos de los Soprano (más vale tarde que…), y esa serie es un poco así, desestructurada y azarosa, y a ratos me gusta y a ratos me cabrea :-D.
Por cierto, ¿qué antología? ¿Visiones? ¿Quasar? En cualquier caso, muchísimas gracias, y me alegro de que te gustase mi historia.
¡Un abrazo!
Qué gran entrada, me ha encantado el tema, y para tenerlo en la vida misma presente.
Me encanta este Blog.