Tecleas la última palabra. Fin. Sientes euforia y tristeza a partes iguales. Tal vez lo celebres, tal vez no. Sea como sea, sabes que ese «fin» no es real. Y también sabes lo que toca: apartar el manuscrito, olvidarte de él. Dentro de unos meses volverás y lo pondrás todo patas arriba al menos media docena de veces. Cortarás, recortarás, reorganizarás, reescribirás y repetirás el proceso… hasta que la maldita novela quede perfecta.
Perfecta. Menuda estupidez.
Encontrar la perfección en un texto de noventa mil palabras o más es una tarea imposible. Buscarla quizá sea necesario. Quizá. Ni siquiera estoy seguro.
Con un relato es más fácil ponerse perfeccionista. Si te pasas solo pueden ocurrir dos cosas: o te quedas sin relato, o acabas escribiendo un relato distinto, que para el caso es lo mismo.
En el relato corto, normalmente el escritor trabaja sobre una única idea. Una novela es otra cosa, un monstruo con docenas de personajes, con sub-tramas, con un «tema», quizá con varios puntos de vista, con saltos temporales y con múltiples localizaciones. Una novela es una historia que se puede escribir de miles de formas distintas, con variaciones casi infinitas.
Estoy convencido de que algunas variaciones son mejores que otras. Si no, no tendría sentido revisar el aspecto argumental de un texto. Sin embargo, muchas dependen de criterios subjetivos. ¿A qué quiero dar más importancia, a la relación entre estos dos personajes, a esta escena de acción, a este diálogo? ¿Qué es más importante para reforzar lo que quiero decir? ¿Lo explico de esta forma, o de esta otra forma completamente distinta pero que también funciona?
Chuck Palahniuk defiende la importancia de las primeras novelas porque son la presentación de un escritor al mundo. Hay que cuidar las presentaciones, sí; pero por cada Club de la lucha hay miles de primeras novelas que han pasado sin pena ni gloria, o que han sido un desastre comercial absoluto. Muchas ni siquiera eran malas novelas.
«Jamás aprendas en público», dicen. Lo cierto es que el lector no perdona y me parece normal: los escritores abundan. Eso está muy bien, tiene sentido. Y sin embargo, un escritor nunca deja de aprender, y en algún momento habrá que dejar de esconder los textos y empezar a aprender en público.
Tal vez desestimar la búsqueda de la perfección sea algo contraproducente, pero no puedo evitar pensar que la perfección es enemiga del trabajo bien hecho. Al perseguirla, el escritor cree que ha fracasado en un empeño en el que en realidad nunca pudo ganar. A nosotros nos conviene, creo, pensar en otros términos: Debemos decidir si estamos satisfechos, orgullosos, si creemos que hay alguien más que pueda disfrutar con la historia que hemos creado.
Quizá ese afán de perfeccionismo esconde en el fondo un montón de miedos e inseguridades. Al fin y al cabo, mientras continúas trabajando en tu novela esta sigue siendo un ideal, la fantasía con la que soñaste. Cuando terminas, sin embargo, esa historia que era tan perfecta en tu cabeza puede analizarse por fin en términos cualitativos. Esas trescientas páginas impresas encuadernadas en espiral, ese artefacto que descansa sobre tu escritorio, acojona. Como todo aquello que es real, es imperfecto. Ya no es algo «maravilloso en potencia». Es algo sin más.
Y eso da mucho miedo.
Además estás a punto de perder el control sobre tu libro, se te escapa de las manos. Alguien podría reírse de él. Podría criticar tus símiles facilones o tus metáforas incomprensibles. Podría considerar que eres demasiado derivativo, que tu obra parece una mala copia de la de tal o cual autor. Podría pensar que aburres hasta a las ovejas, que escribes de culo, que eres un pesado, que tus diálogos dan risa.
La gente siempre parece estar muy enfadada en Internet e igual tú y tu libro, por razones un poco aleatorias, os convertís en el blanco de su ira.
Pero todo esto te tiene que dar igual. Llega un momento en el que es necesario asomar la cabeza y decir: «Aquí estoy yo. He escrito esto y creo que está bien y que tal vez pueda gustarte». Sin alardear de falsa modestia (que es odiosa) y sin excesos egomaníacos (que son más odiosos todavía). Tu novela ya es tan perfecta como puede serlo, y es hora de buscarle un hueco en alguna parte.
¿Quieres una novela mejor? Es esa otra, la que te está rondando por la cabeza. La tienes ahí mismo.
Parece perfecta, ¿a que sí?
Pues escríbela.
* * * *
Las vacaciones son una época excelente para revisar, pulir, corregir, escaletar, darle un empujón a proyectos que llevan meses paralizados… y supongo que también descansar un poco, beber cerveza, mirar las nubes y tal. Así que con esta entrada me despido de la web durante lo que queda de verano.
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Hasta entonces, feliz verano a todos. ¡Nos leemos en septiembre!
Escritor de ficción especulativa, slipstream y novela negra. Bloguero inquieto (e inquietante) también se dedica a la traducción y realiza informes editoriales. Le gusta desmontar historias para ver cómo funcionan por dentro, aunque luego no sepa armarlas de nuevo. Autor de Lengua de pájaros, Duramadre y Fantasmas de verde jade (todas con Obscura Editorial).
¡Vaya pedazo de reflexión nos dejas antes de las vacaciones! Buscar la perfección es algo que hacemos en muchos otros ámbitos, por lo menos yo. Cuando buscaba piso, dudaba entre dos, cada uno tenía cosas que no tenía el otro. Y cuando parece que te decides por uno de ellos te asalta la duda: ¿y si hay algo mejor que todavía no has visto? O en una tienda comprando algo y dudando entre dos: ¿Me acordaré del otro cuando llegue a casa y no lo tenga? Cuando quieres cambiar de trabajo y en el momento decisivo, llegan las dudas: ¿y si la cago al dejar este trabajo y me cambio para peor?
En fin, creo que es bueno que como escritores busquemos hacer lo mejor, pero como en el resto de elecciones tenemos que saber parar. Yo me fío de mi instinto. Para muchas cosas, cuando tengo dudas, la primera impresión es la que cuenta. Aunque con una novela es complicado guiarte por la primera impresión, guiarte por el instinto sí es bueno. ¡Que pases un feliz verano!
Sí, esto se puede aplicar a casi todo en la vida. Hay gente más resolutiva que otra. Es difícil encontrar el equilibrio entre dar por terminada una novela que todavía está incompleta (en la cabeza del escritor, se entiende) y trabajar en la misma novela todo el rato sin lograr alcanzar nunca lo que pretendemos con ella. Las revisiones mejoran un libro hasta cierto punto. Más allá, es una simple cuestión de opiniones. ¡Un abrazo y feliz verano!
Gracias por esta reflexión. Como dices, lo perfecto es enemigo de lo bueno. Hay quien va más allá y dice que lo perfecto es enemigo de lo terminado. Lo complicado, como siempre, es encontrar el equilibrio, y saber cuándo parar de corregir.
Yo llevo tiempo trabajando en mi primera novela. Le he hecho muchos cambios, creo que para mejor, pero todavía queda mucho que pulir. De vez en cuando, la obsesión por la perfección me bloquea, y lo que me ayuda a salir adelante es respirar hondo y decirme a mí misma que es mi primera novela y que es normal que no sea lo mejor que vaya a escribir en mi vida.
Buenas, Laia. Pues sí, hay que mentalizarse de que después de una novela viene otra, y es en ella donde podemos corregir los vicios que hayamos cometido en la primera y que quizá no tengan solución. Hay que quitarle importancia al proceso, tratar de disfrutar y no obsesionarse demasiado con estas cosas, más que nada porque acaba siendo contraproducente. ¡Un abrazo!
Gran artículo Víctor. Todos peleamos un poco contra este monstruo, y cuanto más grande es la novela, más enorme se vuelve. Ahora mismo estoy terminando una reescritura de una novela que casi tendrá 300k palabras, y pensar en la revisión de este mastodonte hace que me tiemble todo el cuerpo.
¡Pasa unas buenas vacaciones! Te las mereces.
No te envidio, compañero. ¡Ánimo y a por el mastodonte, que tú puedes! 😀
Me ha encantando esta reflexión, Víctor. No conocía tu blog pero ha sido muy agradable toparme con él. Coincido mucho con tu opinión, más aún en estos últimos tiempos en los que me he ido mentalizando de que alcanzar la perfección es imposible. Solo puedes crear algo lo mejor que sepas y esperar que a la gente le agrade tanto como a ti.
Y tampoco hay que permitir que las críticas nos destrocen tanto, claro. Porque luego pensamos que está todo mal y nos quedamos atascados en ese bucle infinito de retocar y retocar. No hay nada perfecto. La vida es así, eso es lo bonito.
Me quedo con lo de salir y decir: «Aquí estoy yo. He escrito esto y creo que está bien y que tal vez pueda gustarte». Un placer leerte, ¡nos vemos! 🙂
Hola, Daniel. Muchas gracias por tus palabras. Son pocos los escritores profesionales que ahora mismo pueden permitirse lapsos de tres y cuatro años entre novela y novela. Y aun así, hay libros malísimos que costaron toda una vida de trabajo, y maravillas que fueron creadas en pocos meses. La autoexigencia está muy bien, pero creo que la clave es darse cuenta de que después de un libro viene otro. Y por supuesto, como bien dices, también hay que aceptar que todo este asunto de la literatura tiene un gran componente de subjetividad. Lo que a uno le encanta, a otro le parecerá un bodrio.
¡Un saludo!
«Después de un libro viene otro». Esa es la clave.
La perfección es una ilusión. Hay que perseguirla, pero con la certeza de que solo podrás, si acaso, acercarte a ella.
Cuando reescribo algo ya reescrito para volver al sitio original, lo dejo. Y divago sobre conseguir la perfección en el siguiente párrafo, pero siempre con la certeza de que, como le pasaba a Aquiles con la tortuga, nunca podré alcanzarla.
Fantástica entrada, Víctor. Es la primera vez que entro en tu bitácora, pero no será la última.
Un saludo.
Alberto del Vado.
Hola, Alberto. Bienvenido al blog :-). Pues sí, la perfección es un ideal inalcanzable. En algún momento la atención debe recaer sobre el párrafo siguiente, sobre el libro siguiente. Hay que dar las cosas por terminadas y empezar cosas nuevas. Es la única forma de avanzar y de ir mejorando poco a poco.
¡Muchas gracias por tu comentario!
Es cierto, la perfección en el arte es una utopía hacia la cual tenemos que ir con la conciencia de que nunca la vamos a alcanzar. Por eso hay que trabajar «como si pudiésemos alcanzarla», pero no hay que hacerlo en soledad: Hay que procurarse unos lectores cero que sean como leones en celo. Diez o doce opiniones honestas te ayudan a dar un paso más hacia la perfección.
Buena reflexión, Víctor, a la altura de tu calidad.
Un abrazo.
Gracias, Néstor. Pues sí, los comentarios de los lectores cero pueden enriquecer mucho una novela. Porque esa es otra: no solo no existe la perfección, sino que, además, cada uno tenemos una opinión distinta sobre qué es lo que más se acerca a ella.
¡Un abrazo!