Hace ya tiempo compartí los primeros párrafos de uno de mis cuentos en este mismo blog. Sin embargo, hace muy poquito ha salido a la venta una antología que incluye otro relato mío, de cuyas frases de apertura estoy bastante orgulloso. Son éstas:
“El sábado por la mañana salí a hacer unos recados. Cuando volví a casa, el frasco se había roto y el gato estaba despedazando el fantasma de mi padre.”
Esto me sirve de introducción para admitir un pequeño placer culpable: Entre las muchas cosas que me gusta recopilar, una de las más extrañas es mi colección de primeras frases de novelas y relatos. Tengo un cuaderno de espiral reservado en exclusiva para los íncipit, que así las llaman los pedantes. Y es que las primeras frases me obsesionan, hasta el punto de que después de leer una siempre me detengo, hago una pausa para coger aire y mido mis expectativas. Creo que las buenas primeras frases saludan e invitan, o agreden, o intrigan, o exaltan, pero eso sí, nunca deberían embaucar, ni hacer promesas que no están en condiciones de cumplir.
¿Son tan importantes para el lector como lo son para el escritor? En realidad no. Los primeros párrafos sí, por supuesto, y las primeras páginas ya ni te cuento. Pero, ¿Las primeras frases? Qué va. Y aun así…
Aun así las primeras frases establecen el tono de una novela. Son nuestra carta de presentación. Así que, si queremos hacer las cosas bien, tenemos que jugar con todos los naipes de la baraja.
Llamadme Ismael, otras frases famosas, y algunas que no lo son tanto.
Llamadme Ismael (“Call me Ishmael”).
Así empieza Moby Dick, de Herman Melville, quizá uno de los mejores íncipit de la historia de la literatura. El novelista Roberto Ampuero ofrece tres razones por las que esa primera frase funciona tan bien:
“Primero, porque es el principio de Moby Dick, una de mis novelas favoritas. Segundo, porque legitima de golpe el derecho a una narración en primera persona. Tercero, porque incorpora una dosis de ambigüedad e incertidumbre en el lector: la frase no garantiza que Ismael sea Ismael. ¿Qué más puedes alcanzar con tres palabras?”.[1]
El íncipit de Melville suele hacer acto de presencia en todos los listados de este tipo que aparecen por la red, junto con El Extranjero de Albert Camus (“Hoy ha muerto mamá. O quizá fue ayer. No lo sé.”) y La Metamorfosis de Frank Kafka (“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”).
Todos ellos son alardes de técnica que consiguen introducirnos con pocas palabras no sólo en la historia, sino también en las particulares idiosincrasias del estilo narrativo de sus respectivos autores. Incluso sirven para dar pie a otros íncipit maravillosos que les rinden homenaje, como este ejemplo sacado de mi colección personal:
“Al despertarse una mañana, tras un sueño intranquilo, Luis García Montero se encontró encima de la mesa del comedor convertido en copa de cristal. Cada uno espera y teme su metamorfosis.”
Luis García Montero
Aquí García Montero no solo plantea una referencia a Kafka, sino que se abandona al mismo juego literario que Miguel de Unamunoen Niebla o que José Ángel Mañas en Ciudad rayada; el autor que se hace visible, con nombre y apellidos, en el cuerpo del relato.
Otras veces se producen paralelismos curiosos entre obras muy dispares. Por ejemplo, el brutal principio del poema Insomniode Dámaso Alonso (“Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas”) tiene su eco en el inicio de 2001, una odisea espacial de Arthur C. Clarke (“Detrás de cada hombre vivo hay treinta fantasmas, porque esa es la proporción en la que los muertos superan a los vivos”). Palabras que tienen la suficiente estructura y solidez como para sostenerse por sí mismas, sin necesidad de apoyarse en la obra que viene detrás.
Hay muchas más primeras frases famosas y, como decía, a poco que busquéis encontraréis multitud de listados. Sin embargo, no puedo resistirme a concluir este breve repaso con uno de los mejores principios con los que me he encontrado jamás, y al que ya hice referencia en un antiguo artículo sobre el Southern Gothic:
“Mi padre me enseñó a hacer daño a la gente una noche de agosto en el autocine Torch cuando yo tenía siete años. Era lo único que se le dio bien alguna vez.”
Knockemstiff, Donald Ray Pollock
¿Qué puedo decir? Hay libros de cien mil palabras que no logran transmitir lo mismo que Pollock consigue aquí, usando dos docenas.
Cómo escribir así
Quizá te estés preguntando: ¿Y eso cómo puedo hacerlo yo?
No tengo una respuesta clara, y no creo que nadie la tenga. Sin embargo, aquí van unas cuantas ideas:
La primera es huir de lo insulso y lo mediocre. Si esto es verdad para cada una de las palabras de la versión definitiva de cualquier manuscrito, aún lo es más en el caso de las primeras frases. Un lector ya enganchado puede perdonarnos alguna que otra digresión, pero el que abre un libro por primera vez está deseando hacer un juicio de valor, decidir si invierte sus horas en esta historia y no en otra. Aquí las primeras impresiones son a menudo las únicas que importan.
Por eso, “Javier abrió los ojos” es la peor forma de empezar cualquier cosa. Si encima Javier está en su casa tumbado en la cama, “bañado en sudor”, recordando “aquella pesadilla que llevaba repitiéndose tantas noches”, a mí ya me han perdido. Sé que luego se levantará y se mirará en el espejo, y todavía pasarán doscientas o trescientas cosas más antes de que empiece la historia.
En las camas pasan muchas cosas interesantes, pero dormir no es una de ellas. Las primeras frases siempre deben aportar información, y aunque esa información todavía se presente descontextualizada, al menos debe de captar el interés del lector.
La segunda idea parte de un consejo de Patricia Highsmith:
“Me gusta que la primera frase contenga algo que se mueva y dé impresión de acción, en vez de ser una frase como, por ejemplo: «La luz de la luna yacía quieta y líquida, sobre la pálida playa».”
Con esto no quiere decir que haya que colgar a nuestro protagonista de una cornisa, ni siquiera que tenga que pasar algo dramático de inmediato (aunque en según qué casos, sería deseable). Lo que yo sí considero importante es empezar con verbos activos y, digamos, con un pulso enérgico.
Hay muchas novelas y relatos que comienzan con una descripción. Esto es necesario para situar al lector en un marco geográfico y temporal, pero la mayoría de las veces creo que el escritor está desaprovechando la oportunidad de implicar al lector desde la primera línea. Otras no. Por ejemplo, 1984 de George Orwell empieza con lo que a priori parece una descripción mediocre: “Era un día luminoso y frío de Abril”, pero luego añade: “y los relojes estaban dando las trece”. La sutil desviación de la normalidad estimula la curiosidad del lector.
Uno de los ejemplos que más me gusta para aclarar este punto es el inicio de Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut:
“Todo esto sucedió, más o menos.”
Vonnegut consigue implicar al lector en la historia con un puñado de palabras, sin decir nada, y al mismo tiempo marcando el tono de la historia. La frase engloba la totalidad de la obra; las explicaciones vienen después. Es muy difícil hacerlo mejor.
No todos estarán de acuerdo
El mismísimo Mario Vargas Llosareveló su truco: Las primeras frases deben ser las últimas que se escriban, o casi.[2]Y es verdad. O tal vez no. Porque Stephen King, por ejemplo, hace todo lo contrario: “Escribo el íncipit lo primero, y solo cuando está perfecto empiezo a pensar que puedo tener algo bueno entre manos”.[3]A veces el maestro del terror le da vueltas al primer párrafo durante meses, o incluso años, porque cree que si puede escribir un buen principio, podrá escribir el libro entero.
En una ocasión, un periodista le preguntó a John Cheever, uno de los autores de narrativa breve más importantes de la literatura norteamericana de la segunda mitad del siglo XX, cuál era su técnica para iniciar sus relatos de forma tan lacónica y apabullante. Él respondió así:
“Bueno, si intentas como cuentista establecer alguna relación con el lector, no empiezas por decirle que tienes dolor de cabeza y que te ha salido un sarpullido grave en Jones Beach. Una de las razones es que la publicidad en las revistas es mucho más común hoy en día que hace veinte o treinta años atrás. Al publicar en una revista estás compitiendo contra una publicidad muy ceñida, avisos de agencias de viajes, desnudos, historietas, incluso poesía. La competición misma casi lo vuelve algo imposible. Hay un principio básico que siempre tengo en mente: alguien que vuelve luego de un año en Italia con una beca Fullbright; su portaequipaje está abierto y en vez de ropa y recuerdos, encuentran un cuerpo mutilado, un marinero italiano; está todo salvo la cabeza. Otra oración para empezar en la que pienso a menudo es “El primer día que robé en Tiffany’s estaba lloviendo.”
Puedo comenzar una historia de esa manera, pero no es así como uno debería hacer que la ficción funcione. Uno se tienta porque ha habido siempre una genuina pérdida de serenidad, no sólo en el público lector, sino en toda nuestra vida. Paciencia, tal vez, o incluso la habilidad de concentración. En algún punto, cuando apareció la televisión a nadie se le ocurrió publicar un artículo que no pudiese leerse durante los comerciales. Pero la ficción durará lo suficiente como para sobrevivir a todo esto. No me gustan los relatos cortos que comienzan “Estaba a punto de suicidarme” o “Estaba a punto de dispararte.” O, como aquella cosa de Pirandello, “Voy a dispararte o tú vas a hacerlo, o vamos a dispararle a alguien, quizás el uno al otro.” O como en la literatura erótica “Empezó a sacarse los pantalones, pero el cierre se atascó… agarró una lata de aceite y…” y así.”
A mí sí me gustan esta clase de principios, eso sí, siempre y cuando la historia esté a la altura de las expectativas. En otras palabras: se tiene que cumplir el principio de Chéjov de que si enseñas una pistola en el primer acto, la tienes que haber disparado en el tercero. Es cierto que es mejor la sutileza de Cheever, que es como los mejores músicos, los que saben que lo más importante no es saber qué notas tocar, sino saber qué notas no tocar. Pero claro, no todo el mundo puede ser John Cheever.
Por otro lado, también hay que tener en cuenta que Cheever murió en 1982, sin tener ni idea de que el futuro nos iba a traer Twitter, Facebook, series en streaming y el dichoso Candy Crush. ¡Animalito!
Conclusión
Como hemos visto, cada escritor tiene una idea distinta de lo que hay que hacer para escribir una buena primera frase. Cada novela es un mundo, y el secreto para abrir la historia quizá se encuentre en algún punto del proceso de creación de cada una.
Aun así, pienso que una buena primera frase siempre ha de plantear una pregunta. Todo puede resumirse en esto y quizá también en tratarla con la misma atención y mimo que se le daría a un slogan publicitario. Porque las primeras frases también son un poco eso, la tarjeta de visita, el apretón de manos, la invitación a compartir algo, la sonrisa o el guiño en la barra del bar un viernes por la noche.
Habrá que causar buena impresión.
* * *
¿Y vosotros? ¿Creéis que merece la pena dedicarle tanto tiempo a las primeras frases? ¿Recordáis algún íncipit que os haya llamado la atención u os haya marcado especialmente?
[1]http://www.infobae.com/2013/06/26/1018470-los-comienzos-libros-mejor-logrados
[2] http://www.infobae.com/2013/06/26/1018470-los-comienzos-libros-mejor-logrados
[3] http://www.theatlantic.com/entertainment/archive/2013/07/why-stephen-king-spends-months-and-even-years-writing-opening-sentences/278043/
Escritor de ficción especulativa, slipstream y novela negra. Bloguero inquieto (e inquietante) también se dedica a la traducción y realiza informes editoriales. Le gusta desmontar historias para ver cómo funcionan por dentro, aunque luego no sepa armarlas de nuevo. Autor de Lengua de pájaros, Duramadre y Fantasmas de verde jade (todas con Obscura Editorial).
Sigo con interés tu blog. Lo encuentro muy interesante, con un contenido de gran calidad.
Hay innumerables listas de primeras frases, de inicios famosos de libros archiconocidos, pero fresco en la memoria reciente… Recientemente leí Ishamel, de Daniel Quinn, y el principio me pareció con mucho gancho. Quizá sea un poquito largo, dice así:
La primera vez que leí el anuncio, casi me atraganté, dije un taco, escupí y lancé el periódico al suelo. Como aquello no me pareció suficiente, lo cogí rápidamente, me fui derecho a la cocina y lo tiré al cubo de la basura. Mientras estaba allí, me preparé un pequeño desayuno y me di un poco de tiempo para calmarme. Mientras comía, pensé en cosas completamente distintas. Mucho mejor. Luego recogí el periódico de la basura y volví a la sección "personales" para ver si aquella chorrada seguía aún allí, tal y como la recordaba. Decía lo siguiente:
MAESTRO busca alumno.
Ha de tener verdadero deseo de salvar el mundo.
Presentarse personalmente.
Hola Dendron! Bienvenido al blog. No conozco la obra de Daniel Quinn, pero tengo que darte la razón. Es un principio que llama mucho la atención, que juega con la sorpresa, quizá hasta un poco con el absurdo, y que desde luego tiene pinta de enganchar. Muchísimas gracias por tu comentario, y me apunto el nombre de este escritor para futuras lecturas.
¡Un saludo!
Esto me recuerda a aquel juego que propuso Mónica Serendipia en Twitter, donde cada uno teníamos que poner la primera frase de algún libro y los otros, intentar adivinarlo. Hay frases memorables, y no hay que desperdiciarlas. Biquiños!
¡Hola Cris! Pues es una grandísima idea, y parece muy divertido. En ese sentido, hace ya tiempo me aficioné a jugar a algunos de este estilo: http://www.buzzfeed.com/mackenziekruvant/can-you-guess-the-classic-novel-from-its-first-sentence#.vaooeKYdl
Eso sí, me parece que solo están en inglés.
Hola, Víctor!
A mí me encantan las primeras frases, te parecerá extraño pero yo también las recopilo (King recopila pintadas de baños públicos, yo primeras frases). Creo que lo llevo haciendo desde que leí "Mientras Escribo"… Aunque ahora no recuerdo si era ese o "Danza Macabra".
Las primeras frases son geniales, muchas veces te puedes hacer una idea de como será el libro con esa frase. Hay algunas fantásticas, pero yo siempre digo lo mismo: el mejor íncipit de la historia, es el de Rebecca de Daphne du Maurier: "Anoche soñé que había vuelto a Manderley".
Un gran artículo, me ha encantado has tocado un tema que me entusiasma!
¡Muy bueno!
¡Hola Jaume! Siempre es agradable encontrar a otro con la misma filia, aunque ésta sea un poco de frenopático. No llegué a terminarme “Danza Macabra”, pero sí recuerdo que Stephen King habla de las primeras frases en “Mientras escribo”, que es un libro que todos los aspirantes a escritor deberían leer al menos una vez (y luego leerse otros, claro). Si te gusta el tema, el enlace de Stephen King en esta entrada es bastante largo y muy interesante, porque complementa lo que ya dijo el autor en “Mientras escribo”, dando más ejemplos y tal.
Yo pienso como tú, muchas veces las primeras frases pueden decirnos mucho sobre el estilo y la calidad del libro, y sobre todo si su autor ha sido cuidadoso o no, porque es precisamente al principio donde debería esforzarse más, haciendo uso de toda su técnica y su habilidad. Otras veces también es verdad que las primeras frases de un libro no le hacen justicia, y al final es solo un criterio más a tener en cuenta, de entre los miles que puede haber.
La frase de “Rebecca” sí la conocía, pero el libro no lo he leído todavía. Lo tengo en mi lista desde hace bien poco, creo que lo vi recomendado en tu blog o en el Viktor Valles, y me llamó la atención. Ya caerá…
¡Muchas gracias por tu comentario!
Muy sabroso e instructivo tu artículo. No había pensado mucho en la importancia de la o las primeras frases cuando escribí mi novela aunque si pensé que hacía falta una imagen que atrajese y situase al lector para empezar.
Así, la novela empieza: “Había cuatro grandes aves, parecían buitres, allá arriba haciendo círculos bajo un cielo donde unos blancos cirrostratos destacaban sobre el azul”. Luego se cuenta que estoy con alguien en las montañas del Himalaya y con nieve.
¿Parece bien o la cambio en la próxima edición?