¿Cuál es la vida media de una novela? ¿Durante cuánto tiempo será leída? Son preguntas difíciles de responder. Si nos centramos en las reseñas y en los blurbs de las contraportadas es posible que acabemos pensando que todas las novelas que se publican se convertirán en clásicos instantáneos porque son «rompedoras», o «imprescindibles», o su autor es «la voz de una generación».
Nada más lejos de la verdad, me temo.
Los diferentes ciclos de vida que puede tener una novela
La vida media de una novedad literaria es de unos cuatro meses. El mercado editorial funciona por ciclos un poco más largos que las estaciones porque el verano no suele formar parte del cómputo. Cuatro meses es el tiempo aproximado que una editorial va a hacer ruido con una obra, o que los libreros van a tenerla disponible. Cuando empiezan a llegar los primeros datos de ventas —lo que suele ocurrir dos veces al año— si la novela no funciona ha alcanzado el final de su ciclo. No quiere decir que no se siga vendiendo, pero deja paso a otras novedades y suele caer en el olvido.
Esto es consecuencia de la voracidad e inmediatez de la sociedad en la que vivimos, pero también ocurre porque la espiral de deudas en la que se encuentran sumidos tanto los libreros como los editores no puede detenerse o les conduciría a la quiebra.
Luego están las novelas que funcionan muy bien, las que venden «como rosquillas». Estas tienen vida durante unos años, y luego la llama se apaga. Se han ido agotando las sucesivas reimpresiones o ediciones, pero resulta claro que el margen de lectores interesados se ha terminado. Aunque es posible que la novela tenga una segunda vida después de esto, es muy difícil. Puede haber ventas residuales pero, llegado este momento, se deja de reimprimir. Aun así, hoy día seguirá estando disponible en digital, lo cual es siempre una ventaja.
Por último, están los long-seller. Son novelas que, independientemente de los ejemplares que hayan vendido durante los primeros meses o años, siguen funcionando de forma constante después. Este sería el caso ideal al que aspiramos la mayoría de escritores y editores. De hecho, ciertas editoriales logran sobrevivir precisamente porque tienen unos cuantos long-seller que garantizan un número de ventas más o menos constante en cada ejercicio.
Por desgracia, los long-sellers son raros. Animales imaginarios. Criaturas de leyenda.
Un viaje al futuro
¿Pero qué pasa más allá? ¿Qué ocurrirá con todas estas novelas en una década o en dos?
Hace un par de años publiqué un artículo en el que planteaba si era buena idea incluir referencias culturales en una novela (no solo canciones, actores o programas de televisión, sino también marcas comerciales, software o aplicaciones). Allí proponía algo con lo que siempre he comulgado, y es que una gran novela debe de estar tan imbricada en el contexto temporal en el que se escribe que ambos se vuelven inseparables.
Las buenas novelas contienen una huella temporal, hablan al lector del momento en el que fueron escritas. Esto no quiere decir que tengan fecha de caducidad; muy al contrario. ¿Acaso tienen caducidad los cuadros de Velázquez o de Goya porque los personajes representados lleven ropa de época o utilicen técnicas o estilos que hoy no están en boga? En absoluto. Esto se debe a que poseen dos características que comparten con las buenas novelas: son obras que nos hablan de su tiempo pero también tienen carácter universalista, lo pretendieran sus autores o no.
Charles Dickens escribía para un público británico lector de folletines de hace más de un siglo, pero la pobreza y la miseria son ideas universales. El estilo y las formas de Dickens son indisociables del momento en el que vivió: de haber replicado con exactitud milimétrica las formas y el estilo de la novela picaresca que se puso de moda siglos atrás, sin aportar la menor innovación, no lo recordaríamos hoy como el escritor que fue.
Eso no quiere decir que tengas que escribir sobre tu ciudad y el periodo en el que vives, sino que tienes que escribir desde él. Decir algo sobre tus contemporáneos y tu mundo, aunque estés trabajando en una novela histórica sobre la Antigua Grecia o en una saga de ciencia-ficción.
Al menos, así lo veo yo.
Un detalle que me resulta muy curioso del método de trabajo del escritor Kazuo Ishiguro, es que trabaja primero el tema y la trama y luego se preocupa del contexto. En vez de pensar: «voy a escribir una novela ambientada en la Primera Guerra Mundial», primero piensa: «voy a escribir una historia sobre la amistad entre dos hermanos y los problemas con sus respectivas familias», y luego intenta decidir cuál es el mejor escenario y marco temporal para narrarla. Esto es algo que el mismo Ishiguro admite que no hace casi nadie (yo no, desde luego) pero, si uno se para a pensarlo, es quizá el método de trabajo que tiene más sentido.
Es imposible saber qué novelas sobrevivirán al paso del tiempo y cuáles se convertirán en clásicos. Por ejemplo, la literatura de carácter religioso y moral tenía muchísima importancia hace cien años, pero ahora mismo pocos tienen interés en consumirla. Por otra parte, las historias de fantasía y ciencia ficción de los años veinte siguen leyéndose hoy día, aunque no sea de forma mayoritaria.
Cuando en una ocasión le preguntaron a Neil Gaiman cuál de sus obras creía que sobreviviría al paso del tiempo, respondió que —si realmente alguna lo hacía— sería Coraline. Parece una conclusión un tanto extraña, porque hoy día Gaiman es más conocido por American Gods o Sandman, pero su respuesta tiene un cierto sentido porque la literatura infantil, por alguna razón, es más resistente a caer en el olvido.
En definitiva, resulta imposible saber la vigencia que tendrá una obra en el futuro, del mismo modo que resulta imposible predecir el futuro en sí mismo. Nadie se acordará mañana de muchos de los best-sellers de hoy, y ¿quién sabe? Puede que ese libro que estás escribiendo ahora mismo acabe convertido en un clásico.
Lo más probable es que no, pero ¿qué más da? Tú ya estarás muerto.
Escritor de ficción especulativa, slipstream y novela negra. Bloguero inquieto (e inquietante) también se dedica a la traducción y realiza informes editoriales. Le gusta desmontar historias para ver cómo funcionan por dentro, aunque luego no sepa armarlas de nuevo. Autor de Lengua de pájaros, Duramadre y Fantasmas de verde jade (todas con Obscura Editorial).
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