En el último artículo hablamos de la importancia de la documentación, y de cómo influye o incluso determina la historia. El objetivo de este trabajo tan duro no es solo evitar gazapos, sino también construir un mundo verosímil.
Cuando el lector abre una novela, está aceptando participar en el juego literario, y por tanto ha de sumirse en un cierto estado de suspensión de la incredulidad. En este sentido, el lector ofrece al escritor un voto de confianza y salta a ciegas. El buen novelista debe ser consciente de la gran responsabilidad que eso conlleva, y no defraudarlo presentándole una realidad incoherente y fantasiosa, sin cimientos sólidos.
De ahí que para seguir introduciéndonos en cuestiones de documentación, hoy recurramos a analizar el caso de J. R. R. Tolkien, el escritor de El Hobbit y El señor de los anillos. Tenemos asumido que el escritor de novela policíaca, histórica o de ciencia-ficción hard necesita documentarse exhaustivamente para poder escribir un buen libro. Sin embargo, cuando pensamos en otros géneros literarios, no solemos darle la misma importancia a esa parte del trabajo.
El worldbuilding como excusa para el lenguaje
El punto fuerte de la obra de Tolkien es, sin lugar a dudas, el worldbuilding. Este es un término anglosajón que se utiliza a menudo en el cine, los videojuegos y la literatura para definir el proceso de creación del universo en el que se desarrollan los hechos de una obra de ficción, con todas sus características. En el caso de una novela de fantasía, estas serían los continentes, los reinos, las diferentes razas y sociedades que los habitan, su cultura, sus religiones, y su historia.
Tolkien invirtió décadas trabajando en el corpus de información que le permitiría recrear la Tierra Media con todos sus detalles, mucho antes de empezar a escribir su famosa saga. Cuando leemos El señor de los anillos no tenemos la sensación de que los personajes vayan saltando de un escenario de fantasía a otro (aquí hay bárbaros, allí centauros), sino que nos queda claro que viajan por un espacio que está sometido a reglas y convenciones similares a las de nuestro mundo. Tolkien menciona algunas de ellas, pero la mayor parte de todo ese trabajo previo de worldbuilding permanece en el reino de lo implícito, que es donde debe estar.
¿Por qué la Tierra Media nos parece casi tan real como nuestro propio mundo? Hay muchas razones pero, para no extenderme demasiado, me centraré en una sola, que es además el punto fuerte de toda la obra de Tolkien: la lingüística. De hecho, Tolkien admitió que sus historias eran solo una forma de proporcionar un «mundo» a los lenguajes que había creado, y llegó a inventarse una palabra nueva para describir el proceso de fabricar un nuevo idioma: lo llamó glossopoeia.
Tolkien también creía, por ejemplo, que la fascinación e impacto por los mitos clásicos dependía más de la maravillosa estética de la lengua griega que del propio contenido de sus historias. Un lenguaje élfico nunca estaría completo a menos que crease una historia, y sobre todo una mitología élfica que lo complementara. Es un punto de vista que puede resultar extraño, pero que tiene su razón de ser.
¿Conocéis la hipótesis de Sapir-Whorf, también llamado el Principio de Relatividad Lingüística? Sin entrar a explorar la cuestión en detalle, esta hipótesis sugiere que las características propias del lenguaje de una persona influyen total o parcialmente en el modo en el que este interpreta y conceptualiza la realidad.
Las peculiaridades de un lenguaje, por tanto, son muy importantes para definir a la sociedad que lo utiliza. Pero esta transferencia funciona en ambas direcciones: el uso continuo del lenguaje por sus hablantes también lo va modificando y transformando con el paso del tiempo.
Onomástica, la historia que se esconde detrás de las palabras
¿Para qué le sirvió a Tolkien la lingüística a la hora de construir su mundo de fantasía? Al fin y al cabo, pensarás, el libro está principalmente escrito en inglés, no en Quenya, en Sindarin, o en la lengua negra. Y sin embargo, eso no importa. En la Tierra Media, como en nuestro propio mundo, la lingüística es el sustrato que lo sostiene todo.
Echa un ojo a cualquier mapa. Detrás de cada uno de los topónimos de los lugares que aparecen en él hay un motivo. Quizá no sepas lo que significan todos esos nombres, pero de forma inconsciente puedes apreciar la coherencia que existe entre ellos.
La diferencia es que Tolkien sí lo sabía. Conocía la historia de cada río y de cada montaña, y también sus leyendas y cuáles fueron sus antiguos pobladores. Sabía que algunos pueblos llaman a las cosas de una forma y otros llaman a la misma cosa de una forma distinta. Zaragoza viene del árabe Saraqusta, nombre que a su vez tiene su origen en la época romana, cuando era conocida como Caesar Augusta.
Los topónimos son fósiles lingüísticos, cuentan historias e interrelacionan los pueblos con el medio natural que los acoge. Hablan de batallas, de especies animales o vegetales desaparecidas, de accidentes geográficos, incluso de tesoros escondidos.
Mira esto:
Este mapa contiene las traducciones al castellano de muchos topónimos de España. ¿No te recuerda un poco al mapa de la Tierra Media?
Sin embargo, un nombre no puede fabricarse sin más, pues es preciso conocer también el lenguaje de aquellos que lo bautizaron. De hecho, Tolkien creó la mayor parte de esos lenguajes antes incluso de pensar en las sociedades que los utilizaban.
Estas nuevas lenguas no salieron por completo de su imaginación, sino que hunden sus raíces con firmeza en nuestro mundo y nuestra historia: Por ejemplo, los topónimos de Rohan utilizan una nomenclatura anglosajona, pero con una fuerte influencia nórdica. La Comarca es una representación del sur de Inglaterra, una región que Tolkien conocía bien. Y se especula que Tolkien pudo basar la lengua negra en el antiguo hitita.
Como ves, cada una de las palabras de Tolkien arrastra un bagaje familiar para el lector, contiene una cierta significación cultural, algo que no ocurre con las obras de otros autores como, por ejemplo, Clark Ashton Smith:
¿Sería El señor de los anillos lo mismo si Tolkien se hubiera limitado a dejar que su gato se tumbara sobre el teclado y decidiera los nombres de los personajes y de los lugares por los que iban pasando? Yo creo que no. Sin los años de documentación que Tolkien dedicó a la lingüística y la mitología, el Señor de los anillos habría sido una novela que habría pasado sin pena ni gloria o, más probablemente, no hubiera sido publicada jamás.
Y lo más importante de todo: Cuando estás leyendo El señor de los anillos, Tolkien no te golpea con todo ese material en la cabeza (en el Silmarillion sí, y duele). Está detrás, sosteniendo la historia y haciéndola verosímil.
Conclusiones
Gracias a esa labor de documentación lingüística la Tierra Media tiene una coherencia y una cohesión que no ha logrado hasta ahora ninguna otra saga de fantasía. Dado el ritmo vertiginoso de publicaciones de nuestros días, es muy posible que ningún otro libro del género vuelva a lograr ese nivel de profundidad.
Eso no tiene por qué convertir al Señor de los anillos en la mejor serie de libros de todos los tiempos. El punto fuerte de Tolkien fue la labor de documentación en lingüística y disciplinas afines, pero otras sagas cuentan con sus propias fortalezas.
Existe una idea perniciosa y muy arraigada al respecto, y es que las novelas de fantasía (épica, heroica, espada y brujería, grimdark, young adult, lo mismo da) no necesitan documentación previa. Al fin y al cabo, el escritor se está inventando un mundo desde cero y puede establecer sus propias reglas, ¿no? Con tal de que tenga una cierta lógica interna y no incurramos en contradicciones, suficiente.
Sin embargo, hay algo que El Señor de los anillos, Canción de hielo y fuego, Geralt de Rivia, Elric de Melniboné y Mundodisco tienen en común, por citar solo unos cuantos ejemplos, y es que todos esconden una labor concienzuda de documentación sobre nuestro mundo como paso inevitable para construir el suyo propio. Eso sí, cada una a su manera.
Por ejemplo, el mundo de G. R. R. Martin no es tan sólido como el de Tolkien; no hay una historia asociada a cada río o a cada árbol. Sin embargo, la obra de Martin se centra en las relaciones humanas, y eso es lo que ha potenciado durante su propio proceso de worldbuilding: las maniobras políticas, las alianzas y las rencillas entre las diferentes casas de Poniente son, a su manera, tan complejas como las diferentes aplicaciones de la lingüística y la mitología en la obra de Tolkien.
Los escritores noveles podemos aprender mucho de cada una de estas sagas. Solo hay que fijarse en los aspectos que cada escritor decidió potenciar. Así que, si este artículo te ha gustado, podemos hablar de alguno de estos libros en próximas entradas.
Déjame tu opinión en los comentarios.
Ilustración de portada: John Howe.
Escritor de ficción especulativa, slipstream y novela negra. Bloguero inquieto (e inquietante) también se dedica a la traducción y realiza informes editoriales. Le gusta desmontar historias para ver cómo funcionan por dentro, aunque luego no sepa armarlas de nuevo. Autor de Lengua de pájaros, Duramadre y Fantasmas de verde jade (todas con Obscura Editorial).
Pues me ha encantado. Me encanta escribir fantasía y me preocupa mucho la coherencia interna de mi obra, así como construir un mundo que el lector pueda evocar bien. Un beso
Muchas gracias, Judith 🙂
Un artículo super interesante, enhorabuena! Como gran seguidor de Tolkien y amante de las lenguas y la lingüística en todas sus formas, me ha encantado toparme con semejante análisis. Gracias Victor! Es uno de esos posts q da gusto encontrarse por esta maraña de redes.
¡Muchas gracias! Intentaremos seguir con artículos de esta línea. Un saludo.
Yo creo que al final los géneros más alejados de la realidad y la novela más realista terminan hablando de los grandes temas universales, por eso es tan importante conocer y comprender en profundidad nuestro propio mundo. Solo de ese modo se puede uno erigir como demiurgo sin que sea un desastre.
Este ha sido uno de mis artículos favoritos del blog, la verdad 🙂 Me gusta mucho la obra de Tolkien y las fuentes de las que bebe (aquí otra apasionada de la mitología).
Hace unos meses en la Universidad tuvimos la oportunidad de asistir a una charla sobre la toponimia y aunque es cierto que no profundizaron demasiado, muchas de las palabras que bautizan nuestra geografía son inspiradoras de por sí solas (sepamos o no el origen).
Felicidades por el artículo ^^
¡Muchas gracias, Ana! Me alegro de que te haya gustado el artículo. Yo estudié algo de toponimia en arqueología (puede indicar dónde se encuentra un yacimiento), y fue allí donde me empezó a fascinar la historia que cuentan los nombres de los lugares.
El tema de las lenguas me apasiona. Estudio Traducción y cuando me siento a escribir quiero plasmar de alguna forma esos conocimientos que voy adquiriendo y tanto me gustan. Así que entiendo muy bien el entusiasmo de Tolkien por crear lenguas y sus historias. Quizá sea un efecto secundario de estudiar un carrera como esta, pero sales de casa y te vas fijando cómo pronuncia la gente ciertas palabras según de donde sea, comparas las estructuras que se usan para expresar una idea en las distintas lenguas que estudias, etc. No sé, creo que si sabes un poquito de lingüística y te gusta, es imposible que no se note si escribes fantasía.
Muchas gracias por escribir esta entrada, me ha encantado ^^
Hola, Patricia. Estoy totalmente de acuerdo contigo. Cada escritor trae consigo un bagaje intelectual, cultural y vital que (quiero creer) se refleja en lo que escribe. Lo interesante de Tolkien es que, en vez de abordar la construcción del mundo desde un punto de partida estrictamente histórico, lo hace desde uno lingüístico. Una de las gracias de la lingüística es que forma parte del propio texto, y es mucho menos invasiva. A la hora de construir un universo de fantasía, hay muchos autores que ponen el énfasis en la religión y en la historia, y su obra se acaba convirtiendo en un “infodump” de cosmogonías, fechas, reyes y batallas. Por eso, la lingüística en Tolkien me parece un ejemplo perfecto del “show, don’t tell”.
Me alegro de que hayas disfrutado con este artículo. Viniendo de alguien que estudia traducción, es todo un honor. ¡Un abrazo!
¡Magnífica nota! Y amé el mapa de España. Definitivamente haré uno así de mi país (Argentina), porque es una obra maestra.
Soy escritora y siempre me esfuerzo por crear un mundo coherente y completo, con una lógica que opere más allá de las historias que tengo la posibilidad de narrar. Tengo varios idiomas bocetados, pero tristemente no soy lingüista, así que no me queda otra opción que envidiar y alabar a Tolkien.
¡Buenas, Priscilla! Sí, yo también me enamoré de ese mapa en cuanto lo vi. Si estás muy interesada en crear tus propios lenguajes y sabes algo de inglés, te recomiendo que empieces por esta web: http://conlang.org/
Conlang significa “constructed language”. Fue un miembro de esta sociedad el que creó el idioma Dothraki de Juego de tronos, por ejemplo. 😀
Coruña (sin artículo ni en gallego ni en castellano, porque es una mera invención castellana del siglo XVIII y una posterior regalleguización del XIX en adelante) no se “traduce” como “La Corona”. Coruña deriva del nombre de una divinidad céltica, “Clunia”. Por su parte, Compostela no significa Campo de Estrellas (lo de Campus Stellae no tiene fundamento, porque en documentos antiguos se la llama Compostella, no Campus Stellae). Deriva de “Compositum”, ancestral lugar de enterramientos desde época prerromana.
Gracias por tu comentario y por las puntualizaciones. Obviamente, el mapa no lo he creado yo.