Demasiado esfuerzo invertido en la escritura como para fracasar

Estoy seguro de que muchos de vosotros estáis familiarizados con la expresión inglesa «Too big to fail». Se hizo tristemente popular durante los primeros años de la crisis y se ha vuelto a aplicar con alegre desvergüenza cada vez que se lleva a cabo un nuevo rescate bancario. Se basa en la idea de que si se deja caer a la corporación en cuestión, el sistema financiero colapsa, así que se siguen inyectando fondos del contribuyente para que la empresa pueda continuar lucrándose ad infinitum.

En fin, típicas fechorías de la vida moderna.

Lo cierto es que también podemos aplicar el mismo concepto a nuestro mundo, al oficio del escritor, aunque con un significado algo distinto.

Se dice que la escritura es una carrera de fondo; una maratón y no un sprint. Esto se debe a que, la mayoría de las veces, los resultados positivos tardan en llegar. Una carrera como escritor puede llevar décadas antes de despegar, si es que lo hace alguna vez. No pocos autores hoy considerados ilustres se han muerto en mitad del proceso, para que más tarde se les reconocieran los méritos a título póstumo y se les canonizara en los altares de la gran literatura. ¡Bendito consuelo cuando el interfecto lleva años mascando tierra de cementerio! Incluso después de alzar el vuelo, uno se puede estrellar un buen puñado de veces a lo largo de su vida.

Sin embargo, todos coincidimos en que, si realmente queremos conseguirlo, tenemos que aguantar. Y aguantar significa hacer frente al sacrificio. Sé que está mal visto quejarse de este oficio, como si hacerlo implicara equipararlo a bajar a la mina o deslomarse en la obra. No, no va de eso, claro (aunque habremos de admitir que cobrar de vez en cuando no estaría nada mal para variar). Pero mientras escribo estas líneas tengo frente a mí uno de esos calendarios de mesa con la lista de tareas para hoy. Una decena en total y solo una de ellas es escribir en sentido estricto, quinientas palabras de una nueva historia para una antología de relatos personales en la que llevo trabajando un tiempo.

El resto son: una prueba de corrección, una lectura cero para un amiguete, una práctica para un curso de lector profesional, documentación sobre varios temas, una revisión de un segundo borrador, la ampliación de un artículo que escribí en esta web para su publicación en una revista, la curación de contenidos para las redes sociales de esta semana (Facebook, dos cuentas de Twitter e Instagram) y terminar la maquetación física de una novela.

El último elemento de la lista es este artículo que estás leyendo ahora y que, antes de llegar a tus manos, habrá pasado por dos revisiones espaciadas en el tiempo.

Con esto quiero decir que, en la escritura, no todo es escribir, ni mucho menos.

En mi caso, durante los días malos lo afronto todo con una suerte de locura y determinación, una especie de lucidez ciega. Si me paro a pensar en el rendimiento efectivo que obtengo tras las miles de horas que paso encorvado sobre el portátil, entonces jamás volvería a arrancar. Necesito la audacia que me proporciona la estupidez. Necesito la zanahoria frente a mis ojos, el siguiente manuscrito, la siguiente idea apasionante que ardo en deseos de desarrollar.

Llega un punto en el que llevas tanto tiempo corriendo —por seguir con el ejemplo de la maratón— que empiezas a pensar que el fracaso es inadmisible. No es que seas demasiado grande para fallar (qué va, la mayoría de nosotros somos diminutos, infinitesimales), es que has dedicado demasiado tiempo a estos proyectos para que al final todo quede en nada. Y entonces sigues en ello, buscando esa recompensa que tal vez no llegue jamás. Porque pararse no es una opción. Porque pararse es quizá sentir el vértigo, la duda que acecha. Y en cuanto empiezan las dudas, el castillo de naipes se desploma.

Solo queda la huida hacia adelante.

Es demasiado tarde para frenar ahora. Eso es lo que pienso cada vez que me puede el desánimo. Demasiado tarde para romper una racha de años escribiendo (casi) todos los días. Demasiado tarde para abandonar un blog en el que llevo trabajando cinco años prácticamente semana tras semana. Demasiado tarde para cerrar esas cuentas en las que interactúo con vosotros, en las que a veces paso buenos ratos y otras veces no tanto.

En fin, supongo que hoy no hay moraleja. Solo un pensamiento que me asalta de vez en cuando. Que quizá me esté (nos estemos) jodiendo la vida de mala manera. Pero entonces miro hacia atrás, a la distancia recorrida. No a las publicaciones, solo a las palabras escritas, a las historias terminadas.

Y ya solo con eso me siento satisfecho.

Antes siempre miraba hacia el futuro. El presente era solo un mero trámite temporal, un escalón hasta llegar al punto en el que quería estar. Todo eran planes. Luego las circunstancias cambiaban y los planes se hacían pedazos.

Si dejara de escribir mañana, no sería un fracaso, porque las historias seguirían aquí.

He hecho muchas cosas antes que esto. Empecé queriendo ser escritor, pero luego di muchas vueltas a la rueda de la vida antes de volver a caer en el mismo sitio. Algunas de las actividades a las que me he dedicado a lo largo de estos años de peregrinaje constante —de trabajo en trabajo, de ciudad en ciudad— también eran creativas, como la ilustración. Y sin embargo, nada de lo que he hecho me produce la misma satisfacción que la escritura.

No es que la escritura sea más importante que lo demás. Es que algo, por alguna razón, encaja. Es lo mío, y si te sientes identificado con estas palabras, quizá sea lo tuyo también.

Así que, a cada día que pasa, veo menos el oficio del escritor como una maratón o como un sprint. No es una competición ni contra los demás, ni contra el tiempo, ni contra la vida, ni contra ti mismo. Es como navegar, y la escritura es aquello que pone el viento a favor.

Así que quizá no pase nada si lo dejamos mañana, aunque sospecho que no lo haremos, ni tú ni yo, ni mañana ni dentro de una semana o de diez años.

Cada vez que podemos sentarnos a escribir lo que queremos escribir, lo que nos gusta o nos apasiona, deberíamos sentirnos afortunados. Deberíamos considerarlo un privilegio.

No hemos quemado nuestras horas. Se las hemos arrebatado a la muerte.

 

***

Con esta última entrada me despido de vosotros. Es práctica habitual entre blogueros cerrar durante los meses de verano para coger fuerzas. Este año yo no voy a descansar demasiado, aunque pueda parecer lo contrario. Voy a dedicar estos dos meses a trabajar en nuevo contenido. A partir de septiembre habrá muchos cambios importantes por aquí y quiero tener tiempo para prepararlo todo bien, porque el último tercio del 2018 va a ser bastante estresante a nivel personal.

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14 comentarios

  1. Buen remate para la temporada primavera/verano, compañero: “No hemos quemado nuestras horas. Se las hemos arrebatado a la muerte”. Contundente.
    Que pases buenas vacaciones, nos leemos en septiembre.

  2. Una reflexión muy inspiradora, Victor, me gusta el símil con la navegación, a veces pienso de la misma forma, que escribir es como aquel viaje que hicieron los vikingos, cada palabra es un golpe de remo nuevo rumbo a lo desconocido.

    Feliz verano y nos leemos!

  3. “Too late to fail”, para mí la aventura está en ese punto. No hay vuelta atrás porque a la espalda sólo tengo el abismo.

    Me guardo este artículo en favoritos, Víctor, porque necesitaré volver a leerlo como un millón de veces más: cada día, cuando el “fail” acose 😉

    Besos y buen verano.

    1. Muchas gracias, Ana. Es justamente eso, tirar millas, soportar el desánimo y seguir intentándolo, al menos mientras nos haga felices.
      ¡Disfruta del verano!

    1. ¡Uf! No había oído hablar jamás de la falacia del costo hundido, pero se podría aplicar a buena parte de las cosas que he hecho en la vida y a un número no desdeñable de cosas que todavía sigo haciendo.
      Pero justamente estaba hablando de eso sin saberlo. Esto no va de hacer equilibrismos entre costes y beneficios o de si la escritura se puede convertir en un negocio rentable. Creo que tenemos bastante asumido que es prácticamente imposible transformar esta inversión de horas en el futuro de forma que se vean recompensadas económicamente de forma retroactiva (lo cual no quiere decir que algún día uno no pueda lograr vivir de la escritura mes a mes). La idea del artículo es defender simplemente que la escritura [me] compensa, independientemente de todo lo demás: vender, no vender, o que todo el mundo te ignore.
      Aun así, evidentemente hay que tener cuidado. Y dentro de la propia escritura, la falacia del costo hundido se puede aplicar a mil cosas: a seguir trabajando en esa novela que te ha llevado tantos años pero que es insalvable, a seguir echando horas en ese proyecto grupal que sabes que nunca jamás va a ver la luz, a seguir insistiendo en esa red social con la que no obtienes ninguna respuesta positiva, etcétera, etcétera.
      También entiendo que hay estadios diferentes en la carrera del escritor. No es lo mismo el que todavía no ha publicado una novela, que el que ya lleva diez que han sido sistemáticamente ignoradas, por poner el caso.

  4. Es la primera vez que me encuentro con tu blog y disfruté mucho tu artículo. Me siento identificada con cada punto que comentas, yo también tuve numerosos trabajos “Polirubro” (Callcenter, Ventas, Informática) y siempre vuelvo a querer poner en práctica las partes más creativas de mi persona, siendo escribir la que más me satisface y la que necesito en forma constante. Decidí hace muy poco darle una oportunidad a lo que creo que es mi vocación y volcarme lo más posible a la escritura.
    Seguramente esté entrando a leerte regularmente para seguir aprendiendo y reflexionando!
    Un saludo grande desde Buenos Aires.

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