Book Crawl por las librerías de segunda mano de Madrid

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Este año nos ha dado por inventarnos una nueva fechoría con la esperanza de que se vuelva viral y solucionemos de un plumazo todos los males que aquejan a la industria literaria.

Lo hemos denominado «Book crawl». Podríamos haberlo llamado Vía Crucis, como es tradición en Zamora, o ir «de poteo» o «de chiquiteo», que dirían en Euskadi, pero hemos preferido elegir un nombre en inglés, porque total el español ha perdido la guerra cultural y ya no importa. Si no empezamos a incorporar extranjerismos absurdos, que suenan mucho más cool, al final vamos a acabar como los últimos de Filipinas, y un día vendrá hasta nuestra particular iglesia de San Luis de Tolosa un emisario de la RAE para decirnos que llevamos demasiado tiempo aquí sitiados, haciendo el tonto.

La idea del book crawl es una desvirtuación de la tradicional práctica británica del pub crawl y se resume en alternar cada librería con una sesión de cañeo en un bar próximo, luego pasar a la siguiente librería, de ahí al siguiente bar y etcétera, etcétera.

Un entretenimiento muy sencillo en apariencia, pero también una actividad no exenta de riesgo, claro, porque uno puede empezar comprando una novela de Dostoyevski y acabar la ruta adquiriendo toda la bibliografía de Dan Brown. O viceversa.

Si quieres emular nuestra gesta, nosotros empezamos el recorrido sobre las doce de la mañana en la salida del metro de Quevedo. Desde allí se pueden visitar Ábaco Libros Usados, la librería Releer y Libros Melior Filipinas.

Después, previa parada en la Casa Paco para fortalecernos con unas tortillas, caminamos hasta San Bernardo y visitamos las librerías que hay alrededor de la plaza del Dos de Mayo. Pasamos primero por La Tarde, que estaba cerrada por vacaciones, y luego fuimos a Rincón de Lectura y Arrebato Libros.

Desde ahí, y si no está muy cargado, uno puede bajar hasta Lavapiés para acabar con otras tres librerías, que son La Casquería, la Librería 7 Colores y, ya casi en Atocha, Libros & Co. Hay otra área interesante que se puede visitar alrededor de Goya, donde está Tuuulibrería, otra Libros Melior (Hermosilla) y la librería Re-Read, ya en O’Donnell.

librerías de segunda mano - madrid

Sin embargo, nosotros terminamos la ruta en Tribunal, en el último bar, tratando de conseguir —infructuosamente— que alguno de nuestros amigos treintañeros más formales se apuntara a continuar la fiesta en alguna parte.

En fin, suelto todo este rollo solo para contar una anécdota que me hace plantearme cómo este tipo de negocios puede mantenerse abierto.

El caso es que yo estaba hojeando novelas en una de estas librerías arriba mencionadas y de tanto en tanto entraba alguien. Pero no clientes. Qué va. Solo era gente que venía a vender libros. Cajas y bolsas y más cajas de ellos.

Usted compra libros, ¿verdad?, le decían al librero, y este respondía que no, que ya tenía muchos y que lo que él hacía, mayormente, era venderlos. Así que estos visitantes se marchaban decepcionados, pero a los diez minutos llegaban otros, con el coche en doble fila y las cajas de cartón en el asiento de atrás llenas a rebosar de clásicos en edición barata comprados en el quiosco y best sellers de hace diez años en tapa dura y Premios Planeta, salteados de vez en cuando por una Constitución Española, un libro de texto, una «Introducción a la Filosofía» o un cuaderno de crucigramas sin empezar, y volvían a preguntar. Oiga, usted compra libros, ¿verdad?

Me parece una terrible metáfora de los tiempos que vive la industria literaria, donde los escritores parecemos superar con creces en número a los lectores, y los que aspiran a vender libros son bastantes más que los que quieren comprarlos.

Al final yo me sentía bastante ridículo. ¿Cómo se mantiene esta librería? ¿Soy el único aquí que realmente viene a comprar? Parecía idiota, cargando con tres kilos de libros en las manos hasta la caja. Total, para qué, si la literatura es una cosa del pasado, si ahora tenemos series buenísimas que entretienen mucho más. Además, si uno quiere leer, todo está gratis en Internet. O eso dicen.

En fin, qué sabré yo. Es la ley de la oferta y la demanda, supongo. Hay miles de libros de segunda mano en Amazon y en IberLibro por menos de un euro por los que luego pagas tres de gastos de envío, y uno se pregunta quién hace el negocio, si el vendedor o las empresas de correos.

Me he dado cuenta también de que las librerías de segunda mano me producen una sensación agridulce, como aficionado a la lectura y como escritor. Esto ya lo experimentaba cuando trabajé hace tiempo en una librería de segunda mano en Bristol y mi percepción como cliente solo sirve para enfatizar el sentimiento. Resulta muy agradable curiosear entre las estanterías y los precios son increíbles pero, en el fondo, ir a una librería de segunda mano es un poco como visitar una perrera municipal. Los libros se me antojan mascotas abandonadas por sus dueños, ya sea por haberse cansado de ellos o por no poder cuidarlos más, porque se mudan, porque ahora solo leen en digital, porque ya no tienen espacio en casa o en las estanterías, o por cualquier otro motivo.

Una librería de segunda mano no supone el fin del ciclo. Si uno es cívico, los libros terminan su vida en un contenedor de papel (no, las bibliotecas no los quieren, y tus familiares o tus amigos tampoco) o, si eres una editorial grande, los quemas en tandas de diez mil cuando se ha terminado su ciclo comercial. Ante este panorama, una librería de segunda mano es la última oportunidad para que estas obras encuentren un hogar.

Además, para el escritor, una librería de segunda mano supone también una lección de humildad. Cuando eres consciente de lo muchísimo que cuesta escribir cada una de esas páginas —y lo muchísimo más que cuesta escribirlas bien, o ni siquiera bien, tan solo de una manera solvente, engañosamente satisfactoria, de modo que no te sientas un auténtico fracaso y un impostor o un niño ignorante y torpe que juega a creerse escritor— no puedes evitar experimentar congoja al contemplar todas esas obras vendidas al peso, como en un saldo o en una lonja de pescado.

Quizá esté loco. Pero mientras me paseaba por entre las estanterías de una de estas librerías, totalmente solo, no podía evitar sentir que me encontraba en un cementerio, o quizá, por no ponerme tan siniestro, en un cuarto de objetos perdidos y nunca reclamados, en una máquina del tiempo o en una sala de museo para cuatro románticos que todavía son incapaces de sacudirse el polvo acumulado desde el siglo XX en las solapas de su camisa.

No obstante, es de justicia mencionar que, entre tantos vendedores aficionados de libros, también entró en la librería una mujer ecuatoriana muy mayor y preguntó por un ejemplar de Las mil y una noches que le había encargado su sobrino. Al parecer, no era la primera vez, pues de vez en cuando acudía a la tienda y se llevaba un clásico, luego lo envolvía con esmero y se lo enviaba por correo a Ecuador.

No sé, quizá todavía hay esperanza. O eso, o tal vez ha llegado el momento de dejar de beber.

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