Las buenas novelas no te enseñan nada

Las buenas novelas no enseñan nada

Nos gusta decir que las novelas se estudian. Las obras de otros autores se analizan para aprender y, supongo que si no le damos demasiadas vueltas, podría parecer que la cosa tiene bastante sentido. Los ilustradores estudian las obras de otros pintores, los futuros médicos diseccionan cadáveres y los hackers desmontan viejas radios de transistores y desmantelan CPUs. Ni todos los profesores del mundo pueden suplir esta clase de ejercicio práctico, este estudio de lo material, de la evidencia.

Entonces, ¿cómo puede estudiarse una novela? En principio, del mismo modo que el objeto de cualquier otra disciplina; esto es, descomponiéndolo en partes más simples. En el caso de las pinturas, se pueden analizar de forma independiente los elementos compositivos, la gama de colores, la anatomía, la iluminación o la perspectiva. En el caso de los cadáveres se pueden estudiar la disposición de los órganos, su forma y características, el sistema nervioso, los tendones, ligamentos, músculos, etcétera. Con respecto a los ordenadores, se pueden estudiar los circuitos (aunque cada vez menos), identificar el disco duro, las tarjetas de memoria, dónde está la placa madre, los buses y cómo se comunican todos estos elementos entre sí.

Así pues, a la hora de estudiar una novela, un paso lógico sería aislar los elementos que la componen y analizar la estructura narrativa, la construcción de personajes, el estilo, los recursos, la voz del autor, los diálogos, el tema literario y así sucesivamente.

En este punto ya estaríamos acercándonos peligrosamente a asuntos que competen al crítico literario, lo cual no deja de resultar curioso, porque en general los críticos literarios no tienen fama de ser grandes escritores. De hecho, más bien se les suele considerar escritores frustrados, lo cual es injusto, por supuesto, porque todos los autores que no catan el éxito literario son escritores frustrados. Somos legión.

Una vez identificados los objetivos, supongo que el proceso consistiría en tomar notas, apuntes y demás. De hecho, ahora no está de moda, pero en los años cincuenta los escritores principiantes solían copiar relatos enteros a máquina de sus autores favoritos, tratando —por osmosis, quizá— de absorber parte de su talento, y que sus dedos se impregnasen de la literatura de los grandes.

En mi caso, he de admitir que jamás he conseguido estudiar provechosamente una buena novela, y no ha sido por falta de empeño. Especifico “buena” porque se estudian las malas, si acaso. A esas se les ven las costuras. Pero una novela buena de verdad es como un truco de magia: un sombrero de copa, una explosión de humo y un ramo de rosas. El prestidigitador parece ponerlo todo a la vista de la audiencia, ahí está la clave. Lo vemos todo pero en realidad no vemos nada.

Una buena novela es igual, negro sobre blanco y, aun así, es como un artefacto opaco. No hay forma de descubrir cómo funciona. Nada nos impide estudiarla, pero los resultados no suelen ser provechosos para nuestra propia escritura. Leerla sí, eso creo. Aunque sea por acumulación de miles de buenas novelas, pienso que ese vertedero que llamamos cerebro se encarga de mezclarlo todo hasta formar un compost que a veces sirve para que crezca algo nuevo.

¿Cuál es el mecanismo bajo el que opera Never Let Me Go de Kazuo Ishiguro? Ya digo, ni idea. En una buena novela las cosas encajan tan bien que no hay resquicios que nos permitan ver las piezas ni cómo están ensambladas. Es como la nave de El vuelo del navegante; se abre una puerta y aparecen unas escaleras donde antes no había nada. Como suele ocurrir con los mejores diseños, a priori la estructura, la técnica, la trama, todo es engañosamente simple. Puedes leerla cien veces y subrayarla entera, nunca entenderás su funcionamiento y, mucho menos, podrás replicarlo.

Desde siempre me han obsesionado los manuales de escritura, que son fascinantes precisamente porque no resuelven nada, o las biografías de escritores, porque leerlas nos lleva a confirmar que ellos tampoco tienen ni idea de por qué fueron capaces de escribir su mejor novela con diecinueve años y jamás pudieron volver a repetir el milagro.

Esto no quiere decir que no se pueda aprender a escribir, o que no se pueda enseñar, o que sea imposible mejorar. Quiere decir que Beethoven no te puede enseñar a tocar como Beethoven, ni Hemingway te puede enseñar a escribir como Hemingway. Es lo que hay, y está bien que sea así, que haya algo salvaje e incognoscible en la literatura, más allá de la mercadotecnia, de las estructuras ramplonas y de los manidos decálogos.

Creo que es bueno no saber cómo están hechas algunas cosas, porque así siempre queda un resquicio reservado para la magia. Es importante que un escritor crea un poco en la magia, una pizca siquiera, porque en el fondo todo lo que no es magia es trabajo duro; y lo demás, economía de mercado.

Siempre queda una esperanza, la de que quizá esa magia no pueda aprenderse de forma consciente, pero pueda adquirirse de forma inconsciente, leyendo miles de buenas novelas, arrojándolas a ese vertedero mental del que hablaba antes, confiar en que formen un buen compost y que de ahí, con mucho esfuerzo, un día brote algo que merezca la pena. Y si no, qué más da. Leer es maravilloso, siempre lo ha sido. El escritor que lee exclusivamente para mejorar en su disciplina es casi tan necio como el escritor que no lee en absoluto.

En cambio, lo que los escritores debemos estudiar con más ahínco, me temo, es la vida. Me da la impresión de que a muchos se les ha olvidado en estos tiempos (post)postmodernos que el objetivo de la literatura es diseccionar la vida y no tanto diseccionar otra literatura. Todas las buenas novelas, sin excepción, despliegan una mirada personal interpretativa sobre el mundo que añade matices interesantes, ya sean éticos, estéticos o intelectuales, a nuestra gris y triste existencia. Tendríamos que mirar menos las novelas como manuales de escritura a lo «viaje del héroe» y mirarnos más a nosotros mismos, descubrir qué queremos decir o qué podemos aportar. Y, como escribía Oscar Wilde, decirlo.

En fin, por resumir: que no sé cómo se escribe una buena novela. Que no lo sabe nadie, ni siquiera aquellos que las han escrito.

4 comentarios

  1. Atinado comentario; sin embargo no estoy de acuerdo con esta afirmación: “Todos los autores que no catan el éxito literario son escritores frustrados. Somos legión”. Porque el que es escritor escribe por el mero hecho de escribir, porque no puede vivir sin escribir. La fama, el “éxito literario” son agregados; si se alcanzan qué bien, sino, igual. Nada es más importante que escribir, si de verdad te consideras un escritor.
    Saludos.

  2. Hola,

    Una entrada magnífica. Lo del vertedero mental y el compost… bueno, es una de las mejores metáforas que he leído para referirse a la creatividad (o proceso creativo): échalo todo ahí junto, que ya veremos qué sale.

    Lo de estudiar las novelas como si fuese una disección nunca lo he entendido. Quiero decir, se puede destripar la historia y ver la trama, más o menos, el orden en que presenta los acontecimientos y todo eso. Y puedes pensar “qué inteligente” o “qué hábil”. Pero aún así, es distinto a la sensación global cuando acabas la historia. Y hay novelas muy trabajadas y estructuradas que son eficientes y ya, y otras más brutas y viscerales que te mueven más.

    Lo de estudiar la vida lo aplaudo con fuerza. Yo tuve mi tiempo en el que leía blogs de “cómo hacer esto y aquello”, pero ese tiempo ya pasó. Por eso busco blogs de gente que hable desde las entrañas, que cuente las cosas en bruto, porque en el fondo creo que eso es lo que buscamos. No “el consejo” para escribir (que puede servirnos o no), sino la persona que está detrás.

    O lo mismo me equivoco, que también puede ser.

    Un abrazo!

  3. Buenas!!
    Genial conclusión , al final las novelas están hechas de vida. En eso tenemos que fijarnos e intentar extrapolarla a las novelas para que impacten en los lectores. Me encanta lo que escribes. Un abrazo Víctor!

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