Las ventajas de tener limitaciones

Los novelistas estamos muy mal acostumbrados. Si queremos una flota entera que destruya galaxias, solo tenemos que describirla. Si queremos un ejército de cien mil soldados, o un millar de elefantes, o una torre que llegue hasta el cielo, con ponerlo por escrito basta.

Lo tenemos todo a nuestra disposición. Todas las letras cuestan lo mismo. El límite para cualquier historia es nuestra imaginación, y eso es algo bueno y algo malo al mismo tiempo.

Me explico.

Los escritores, y especialmente los de ficción especulativa, empiezan a jugar con las palabras y muchas veces todo acaba siendo a lo grande y se pierde de vista la importancia de las cosas pequeñas. El tener como límite nuestra imaginación nos malacostumbra. En parte porque a veces las limitaciones ayudan a la creatividad, pero en realidad es más que eso. Muchos carecemos de la capacidad de poder reducir una historia a sus mínimos elementos y que funcione. Consecuencia de esto, en parte, es el hecho de que odiemos redactar las sinopsis de las novelas que escribimos porque a veces no sabemos ni de qué van.

Poderse dejar llevar, no depender de nada ni de nadie, el universo de posibilidades infinitas… todo esto es bueno. Pero al mismo tiempo nos impide aprender otras lecciones importantes.

Los que se dedican al cine, en cambio, saben todas estas cosas, precisamente porque no se lo pueden permitir. Un guionista no puede escribir lo que le venga en gana y esperar que su guion se ruede algún día. Y si participas del proceso de creación de un corto o de un largometraje, o de cualquier cosa que tenga que ir más allá de la pura ficción y convertirse en algo físico, enseguida empiezas a ser consciente de todas estas limitaciones. Nada de cien mil soldados, nada de un millar de elefantes, y esa torre que dices que tiene que llegar al cielo reescríbela para que sea una silla, o una mesa, porque no hay medios materiales de construir una torre en ningún sitio.

La mitad de las escenas del guion de Jarama fueron eliminadas por falta de tiempo y de presupuesto. Hubo que cortar la muerte del poeta irlandés Charlie Donelly por problemas de logística: no había tiempo para llegar hasta el olivar (ni tampoco permisos, porque era una parcela privada) y por tanto todas las localizaciones tuvieron que ser elegidas a menos de cien metros de distancia las unas de las otras, y siempre en torno al emblemático puente de Arganda. Tampoco era posible meter a más soldados del batallón Lincoln. ¿De dónde íbamos a sacar los uniformes? Ningún grupo de recreación los tiene. Solo por poner otro ejemplo, el productor de un proyecto para una posible segunda parte del cortometraje Adrián (que al final no llegó a buen término) me dijo que tenía que sustituir una escena porque era imposible rodar en un supermercado.

Y sí, es muy frustrante, porque muchas veces no es que estés pidiendo elefantes o grandes efectos especiales; es que necesitas determinado escenario o cierto elemento para enfatizar el tema o para redondear la cosa. Así que es lógico que a uno le entren ganas de desquitarse y por eso hay tantos guionistas que acaban sacando al menos una o dos novelas. Una de las razones por las G. R. R. Martin escribió Canción de hielo y fuego fue precisamente para liberarse de toda esa frustración acumulada durante su etapa en Hollywood. Quiso escribir una historia sin límites ni presupuestos, una que tuviera tal alcance que nunca jamás pudiera ser rodada. Ya sabéis en qué quedó la cosa.

Es frustrante, sí, pero al mismo tiempo te enseña a aprovechar los elementos que ya tienes y de los que puedes disponer. Te obliga a buscar significados en gestos o en acciones que no habías tenido en cuenta y a enfatizarlos, a jugar con lo que hay y a sacarle partido, a eliminar los flecos y cualquier cosa que sobre o que no ayude a avanzar la trama o a revelar aspectos fundamentales sobre los personajes. Como consecuencia de ello, muchas veces las historias mejoran.

Imagina que tu novela es un cuchillo. El cuchillo siempre va a tener la misma forma y va a cumplir el mismo papel, pero funcionará mejor cuanto más afilado esté. Pues aquí, igual. La historia no cambia en lo fundamental, pero mejora y se vuelve más efectiva.

En el cine, al menos el que se hace fuera de los grandes estudios, están acostumbrados. Muchos guionistas tienen en cuenta el presupuesto que podría tener el guion que están escribiendo y tratan de mantener las cosas controladas. Cineastas con poco dinero o que están empezando buscan formas ingeniosas para conseguir terminar sus obras con costes bajos. Los que se dedican al cine de terror (género muy rentable pero solo porque sus costes de producción son muy bajos), lo saben bien: desde La noche de los muertos vivientes a The Cube, Saw, Buried o The Purge, los cineastas de terror han aprendido a sacar partido a sus limitaciones económicas y muchas veces logran convertir el escenario en un personaje más de la trama. Son películas que no necesitan más dinero… que quizá con más dinero habrían sido peores.

¿Por qué no iba a ocurrir lo mismo con la literatura? Si alguien quiere un ejemplo de una novela de terror contada con un número de elementos tan escasos como son escritor atado a una silla en mitad de una casa, que se lea La silla de David Jasso (2006). Mantener esa historia a lo largo de ochenta o noventa mil palabras es un ejercicio de ritmo en sí mismo y no creo que cualquier novelista sea capaz de conseguirlo.

Pero esto puede aplicarse más allá del género de terror. Lo dice Simon Ings en esta entrevista en The Fantasy Hive (que es larga, pero no tiene desperdicio): «En ciencia ficción, cuanto más pequeña sea tu historia, de algún modo más grandes son los temas de los que trata».

Un ejemplo perfecto es Never Let Me Go (2005) de Kazuo Ishiguro (Nunca me abandones). Es una distopía, y si no es ciencia ficción, pues hay poca o ninguna ciencia entre sus páginas, al menos es literatura especulativa. Never Let Me Go transcurre en dos o tres localizaciones cerradas, con tres personajes principales y muy pocos secundarios. Las limitaciones llegan hasta el mismo uso del lenguaje, que es simple, básico, y está formado por palabras comunes. Y la historia de Ishiguro es pequeña, muy pequeña. Intimista. Algo que los que trabajan la novela de género practican poco, pero que por lo general a mí es lo que más me gusta. De hecho, Never Let Me Go es una de las novelas que más me ha fascinado de los últimos años. Es pura magia, no hay ni una sola costura a la vista. La he leído y me encanta, pero no tengo ni la más remota idea de cómo o por qué funciona a nivel literario.

También recuerdo una entrevista a Joe Hill que viene al caso (y que ya mencioné en un viejo artículo de este mismo blog). Antes de empezar a publicar sus primeros trabajos, Hill escribió un manuscrito que era: «como una novela del estilo de Tolkien, pero escrita con los valores de una novela de John Irving. Es decir, no habría grandes aventuras ni dragones. La historia trataría sobre la familia y la educación de los hijos, pero ambientada en un mundo fantástico.» Al final Hill decidió no publicarla, por un motivo u otro, probablemente por considerarla poco comercial. Si fue por esto último, me parece una tontería, porque ahí tienes a Ishiguro con su distopía ucrónica intimista y su premio nobel de literatura bajo el brazo. Aunque claro, siendo hijo de Stephen King, entiendo que las ventas puedan ser motivo de preocupación.

Hacer este tipo de cosas, usar la fantasía o la ciencia ficción para contar historias pequeñas, contenidas, limitadas, es algo que en parte traiciona las convenciones del género y quizá las expectativas del lector. Puede haber escritores a los que no les interese, y está bien. En este mundo tienen cabida todo tipo de historias. Pero creo que los noveles sacaríamos callo teniendo alguna limitación de vez en cuando, siquiera a modo de ejercicio, y practicáramos escribiendo narrativas pequeñas y cercanas en espacios controlados.

Porque al final, por mucho que tu historia vaya de un grupo de héroes que salvan el mundo, en el fondo, son los héroes los que nos importan, no el «mundo», que no es más que un recurso narrativo para hacer avanzar la historia.

7 comentarios

  1. Hola,

    Me gusta mucho esta entrada. Da cosas en las que pensar, de forma directa. Dos frases que dices me han impactado en especial: “carecemos de la capacidad de poder reducir una historia a sus mínimos elementos y que funcione”, y “odiemos redactar las sinopsis de las novelas que escribimos porque a veces no sabemos ni de qué van.”. Ya sólo con estas dos ideas haya para reflexionar un buen rato.
    El otro buen golpe es lo de utilizar “la fantasía o la ciencia ficción para contar historias pequeñas, contenidas, limitadas”; esta propuesta me emociona, la verdad. Me intriga esa idea.
    Hablas de Ishiguro y justo hace poco acabé su libro “El gigante enterrado” (el único suyo que he leído). Lo leí hasta el final porque deseaba saber qué pasaba con la “niebla” y porque quería saber qué pasaba con los personajes protagonistas (y sobre este mismo libro y cosas relacionadas he escrito la última entrada en el blog). No sé si el libro me gusta o no, la verdad. No me gusta como historia de fantasía (en caso de que lo fuera, que no lo es), pero me gusta como algo… no sé bien qué. Al leer lo que dices sobre historias pequeñas, contenidas… creo que entiendo algo mejor qué es lo que me gusta de ese libro a pesar de que no me guste. Así que gracias por este re-encuadre.
    Un saludo y gracias por esta entrada.

    1. Muy buenas, Óscar. Me alegro de que haya gustado el artículo. Yo no sabía qué iba a encontrarme cuando me pillé el libro de Ishiguro. Lo compré de segunda mano y no tenía ni idea de lo que iba. La portada, desde luego, no gritaba “distopía”. A mí me encantó, pero ya se sabe lo que pasa con los gustos…
      Un abrazo y muchas gracias por tu comentario.

  2. Buenas tardes Víctor,

    Tus post nunca dejan indiferentes y tocan esas fibras que todos tenemos y que, muchas veces, no nos reconocemos.

    Más de una, y más de dos, veces he dejado algún relato por no considerarlo comercial, porque no tenía el suficiente confeti para pasar el corte y, es curioso, que alguno de esos relatos son los que más me han gustado (cuando los he leído tiempo después). Supongo que la sociedad, el marketing y, creo que en gran medida, la facilidad de acceso a las herramientas, hacen que necesitemos buscar la píldora definitiva para poder triunfar (porque ser diferente es lo que te dicen que vende) y quizá la diferencia está en la sencillez.

    Magnífico artículo. muchas gracias.

    Yon

    1. Gracias, Yon. Yo creo que uno nunca debe dejar de escribir algo por culpa del mercado. ¡Si no, no escribiríamos nada! Y menos aún si es un relato, donde la inversión de tiempo no es tan alta. Es un formato perfecto para explorar, disfrutar y hacer cosas raras si a uno le apetece. ¡Un saludo!

  3. Hola, Victor,

    Me ha encantado el artículo porque me siento identificado en varios aspectos de lo que cuentas, primero que a mí también me encantó la novela de Ishiguro, la leí en español (Nunca me abandones) por lo extraña y sugerente que era comparándola con el resto de ciencia ficción que se publica, y por lo que tú mismo dices, los pocos elementos con los que construye una historia así y que te deja pensando días, semanas, después de haberla leído.
    Y segundo porque valoro las obras de fantasía que tratan historias pequeñas y cercanas pero, como tú también dices, que contienen temas grandes. Me fascinan los relatos de Mary Robinette Kowal o Ursula K. Leguin o algunos de Philip k. Dick, por poner un ejemplo, por esto mismo.
    Por cierto lo de las sinopsis es true history ¿Quién no odia redactarlas? 😉

    Un saludo y genial artículo.

    1. Buenas, Carlos. A mí me ha pasado lo mismo, ese libro ya ha pasado a formar parte de mí, es una de esas lecturas que te transforman (y no hay tantas así, la verdad).
      Y sí, las sinopsis son un horror. Yo tampoco puedo con ellas, XD.
      ¡Un abrazo!

    2. Perdón por el gazapo, donde pongo history quería decir “True story” XD

      ¡Gracias por la respuesta, Victor!

      Un abrazo

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