Si solo vais a leer un artículo en todo 2018, que sea este. Es una reflexión de Hideo Kojima (diseñador de videojuegos responsable, entre otros, de la franquicia Metal Gear) sobre The shape of water, la última película de Guillermo del Toro.
Curiosamente Crimson Peak, la anterior película de Del Toro, fracasó porque la productora intentó comercializarla como «terror» cuando en realidad es un melodrama gótico, una historia de fantasmas. Para mí forma parte del género pero parece que para los aficionados no. Ya hemos hablado de esto algunas veces: los lectores de género esperan encontrar ciertas convenciones en sus libros y no suelen perdonar a un autor fácilmente. The shape of water, en cambio, tiene toda la pinta de refugiarse tras el paraguas de lo que se viene a llamar «cine de autor».
El cine de autor lo admite todo: drama, western, ciencia ficción, fantasía, comedia. Todo vale. Lo único que se utiliza para diferenciar el cine de autor es la importancia del papel del director.
O, en otras palabras, de su voz.
Frente a mercenarios contratados que se limitan a seguir las directrices marcadas por los departamentos de marketing de las productoras, el director que hace películas de autor se guía por su instinto y su visión artística. Y algunos hasta consiguen hacerlo dentro de los circuitos comerciales y de los géneros tradicionales de la «ficción especulativa», como es el caso de Neill Blomkamp, Nacho Vigalondo, Denis Villeneuve o el propio del Toro.
Os voy a ser sincero. Si algo no es cine de autor (en un sentido amplio del término en el que caben Spielberg, Cameron o Scott) lo más probable es que no me interese.
Los que escribimos tenemos mucha suerte en ese sentido. Nuestro trabajo es solitario y no tenemos que rendir cuentas ante nadie, más allá de los lectores, que pueden ser treinta mil o pueden ser trescientos. Colaboramos con editores, portadistas, correctores… pero a la hora de la verdad lo que ponemos sobre el papel es esencialmente lo que aparece en las manos del público.
A veces parece que lo de destacar el papel del autor en una obra de ficción es una cuestión de ego, pero no. Es una cuestión de autenticidad.
Por eso creo que la literatura es tan importante, porque a menudo la perspectiva del autor se pierde en otras artes, como el cine, en pos de la pura mercadotecnia.
No sé por qué, enero me estaba pidiendo escribir artículos deprimentes. Artículos sobre el encarecimiento del precio de los libros y sobre si tal vez el idiota de Michael Hirst no tendría razón cuando decía que la novela era un formato muerto. Puede serlo. Antes me resistía, pero ya no. Que ahora se lee menos que antes es algo difícilmente discutible. Podéis echarle un vistazo a este artículo del Washington Post y comprobar que el hábito de la lectura está muy relacionado con el nivel académico. Sin embargo, a pesar de que la población con estudios se ha ido incrementando poco a poco, la lectura se ha reducido enormemente a lo largo de los últimos treinta años. No tenéis más que preguntarle a vuestros amigos y comprobaréis —quizá con cierto estupor— que pocos de ellos leen más de tres o cuatro libros al año en el mejor de los casos.
¿Eso significa que la novela está obsoleta? Eso ya es mucho decir.
Hirst insinuaba que había otros formatos mejores para la transmisión de historias y en particular, cómo no, el que él practica: las series de televisión.
El éxito de este formato se debe, en buena medida, a que en él se ha vuelto a potenciar la autoría a través de la figura del showrunner cuando en el cine la del director está más bien de capa caída. Sin embargo, la alta calidad que han alcanzado las series durante los últimos años no las convierte en un sustituto de la ficción novelada. Ambos formatos cuentan historias, pero son medios distintos y experimentados por el receptor de una forma diferente. ¿Es uno mejor que otro? No. ¿Es uno de más fácil consumo que el otro? Indudablemente.
Pero la novela no tiene que «renovarse o morir». La literatura no puede actualizarse, no puede «adaptarse a los nuevos tiempos». No puede competir con las series de TV y mucho menos con Facebook o con Twitter, que son una versión social de máquinas tragaperras, con sus chutes de dopamina y su falsa sensación de satisfacción (ya que estamos, si aún estáis dispuestos a leer un último artículo de 2017, que sea este). Más allá de experimentos puntuales que no suelen tener continuidad, una novela no puede funcionar a través de micropagos ni se pueden vender los datos del lector que lo está consumiendo. Un libro interactivo ya no es del todo un libro, ni un libro necesita ser interactivo para ser un buen libro (lo cual no quiere decir que los libros interactivos no sean fantásticos, que lo son). Un libro no es un videojuego.
La novela no está anquilosada como obra artística. Afirmar esto sería equivalente a decir que un juego de rol de mesa no tiene sentido en un mundo en el que existen los MMORPG, o peor: que desde que existe la fotografía la pintura no sirve para nada. La novela ya es una versión tan depurada y tan perfecta de lo que es que simplemente no puede evolucionar mucho más. Sí, la narrativa se puede hacer más rápida, más ágil, pero el mejor cliffhanger del mundo no puede competir en espectacularidad con los cientos de millones invertidos en lava y explosiones y naves espaciales y superhéroes volando.
Ni tiene que competir.
La única razón por la que la novela fracasa es porque, en un mundo capitalista que busca la atención del consumidor, no puede competir con otros productos creados específicamente para generar adicción.
Y aun así, sigue siendo importante como formato para la transmisión de historias.
La novela no es interacción ni es imagen ni movimiento, sino reflexión y placer estético; y en esos ámbitos, de forma totalmente subjetiva, me parece el formato más completo. La única limitación —salvando la pericia del escritor— es la imaginación del lector. No hay cortapisas para la transmisión de ideas, se puede saltar de un lado a otro, se puede estar en todas partes o en ninguna, se puede entrar dentro de la cabeza de cualquier personaje. Se puede, en fin, llevar al lector a cualquier sitio y centrar su atención en cualquier cosa.
Es un método antiguo, rudimentario, pero que funciona estupendamente.
Pero además, la novela es pura voz autoral, y la autoría es libertad.
La novela es la libertad creativa que te otorga el presupuesto cero, el no depender de nadie. Y la novela es democrática: todo el mundo puede contar sus historias, aunque haya a quien esto le fastidie. No se necesita nada más que un ordenador personal, tiempo libre y muchos sacrificios. Otra cosa es que te lean, pero la capacidad de crear un arte complejo y completo de forma artesanal es solo tuya. No necesitas pagar un sueldo a tres mil personas, no necesitas inversores que te digan lo que tienes que hacer ni tienes que pensar en tu público objetivo. Cuando no estás atado por el vil metal, eres libre y puedes hacer arte, si sabes hacer arte.
La voz que plasmas en tu libro te pertenece y va a llegarle al lector sin adulterar. La obra vive con independencia del artista, pero el artista es importante.
La novela estará obsoleta, pero no porque existan mejores medios para contar historias, sino porque no puede competir en el mundo en el que estamos atrapados. La novela es libertad en un mundo en el que, cada vez más, dos o tres megacorporaciones ejercen un monopolio casi absoluto de la cultura (no me olvido de Random House, la Disney del mundo del libro, pero aún con todo). La novela enseña a ponerse en el lugar del otro en una época en la que solo sabemos mirarnos al ombligo. Es pura voz autoral y deberíamos cuidarla y protegerla.
Sin la novela, el mundo sería un lugar un poco peor y el ser humano se entendería un poco menos a sí mismo y al mundo que lo rodea.
Escritor de ficción especulativa, slipstream y novela negra. Bloguero inquieto (e inquietante) también se dedica a la traducción y realiza informes editoriales. Le gusta desmontar historias para ver cómo funcionan por dentro, aunque luego no sepa armarlas de nuevo. Autor de Lengua de pájaros, Duramadre y Fantasmas de verde jade (todas con Obscura Editorial).
Uf… Quiero decir tantas cosas que no sé por dónde… Supongo que por el principio.
No he visto The Shape of Water y tengo muchas ganas de hacerlo, desde que vi el primer avance, con esa especie de Abraham Sapiens… Estoy deseando verla, tiene algo mágico, algo que solo las verdaderas películas de Del Toro tienen. Crimson Peak para mí fue una puñalada en el corazón, me moría de ganas por verla, fui a verla sin pensar que era terror, simplemente, me parecía una pieza diferente, entre Tim Burton y el cine más oscuro de Del Toro… El resultado me decepcionó muchísimo… es como que se queda a medias en cada paso que da.
Las novelas, también están afectadas por el marketing y por las decisiones de las editoriales. Las novelas autopublicadas o las publicadas en editoriales pequeñas e independientes, pueden que se salven, que conserven ese sello de autor personal que mencionas. Pero las novelas que se publican en las grandes editoriales, acaban manchadas. No recuerdo ahora cuál fue la novela en concreto, pero recuerdo leer un artículo sobre la diferencia que había entre el primer borrador y el producto final, que no tenía absolutamente nada que ver. En las editoriales grandes, priman las ventas y eso, al final, se acaba trasladando al producto final.
Y con el formato de las series… Pues ni te cuento. El mayor ejemplo lo tenemos en Stranger Things, una serie que, según sus propios creadores solo debía tener una temporada y que se ha convertido en un despropósito. Una segunda temporada de poco nivel, que debía acabar con la muerte de Eleven y que, por presiones de la cadena, termina bien abierta… Para poder seguir ganado dinero. Lo mismo sucede con TWD y con otras tantas que, a fuerza de alargarse se han convertido en verdaderos bodrios.
Tienes razón en tantas cosas que tampoco sé muy bien por dónde comenzar. Ser lobos solitarios nos permite disponer de nuestro espacio creativo, somos nosotros los que decidimos lo que queremos hacer y los que lo hacemos en última instancia. Creamos lo que nos gusta, lo que nos apetece, lo que nos llama la atención. Eso es algo que no pueden hacer la mayoría de los creadores, nosotros tenemos esa suerte y eso, es algo que pocas veces apreciamos realmente.
El problema de la novela es, como bien señalas, que no puede competir con otras formas de entretenimiento. Nuestro arte tiene sus tiempos, tiene sus métodos. No podemos hacer píldoras fugaces, no funcionamos con 140 caracteres como Twitter… Nuestro producto no se puede consumir con tanta velocidad como Netflix y eso nos perjudica.
En fin… no te doy más la chapa. Excelente artículo, como siempre.
Un abrazo!
A mí “Crimson Peak” me gustó mucho (y “Mamá” también, ya lo sabes, nunca coincidimos en estas cosas). Eso sí, admito que en el primer visionado me dejó un poco frío y solo fue tras leer sobre el proceso de su creación cuando empecé a valorarla más. Que es algo que, por cierto, me pasa más a menudo de lo que uno esperaría.
El marketing afecta a la literatura, y mucho, pero la diferencia es que una novela que haya vendido un millón de copias y una que haya vendido mil no son demasiado distintas entre sí en lo fundamental. Dan Brown, Stephen King y tú y yo escribimos igual: sentamos el culo en la silla y nos ponemos a teclear. Ninguno de los cuatro necesitamos cien mil euros de presupuesto ni podemos fingir el talento que no tenemos (negros literarios aparte). En el cine, en cambio, todo son limitaciones. La principal, la económica, que es la que arrastra todas las demás decisiones.
En lo de las series, coincido. Yo encuentro el 99% muy cansinas. Muchas empiezan bien y se desinflan a una velocidad de pasmo. Prefiero no poner ejemplos, pero no entiendo cómo la gente tiene paciencia de chuparse horas y horas de ficción televisiva de relleno y luego decir que no tiene tiempo de leer o que leer conlleva mucho esfuerzo (me parece muy legítimo no leer nada, lo que no me cabe en la cabeza son esas excusas peregrinas). Tenía curiosidad por “13 reasons why” y me leí el libro en un par de horas. La serie son trece capítulos… o sea que durará el triple. En fin, misterios de la existencia.
Y nada, que muchas gracias por tomarte el tiempo de dejarme un comentario tan extenso. Como siempre, un placer charlar contigo. ¡Un abrazo!
Hablando de mercadotecnia y grandes megacorporaciones: ahí tenemos a Amazon, desmantelando el mundo editorial a marchas forzadas.
Un artículo y una reflexión muy interesante. Estoy de acuerdo con que la novela es un bien necesario para la humanidad, porque nos permite adentrarnos en otros mundos y en otras mentes, y pararnos a reflexionar sobre ello. Fundamental para un mundo en el que las palabras “parar” y “reflexionar” sí que parecen obsoletas.
Solo añadiría un matiz, no creo que la novela sea rudimentaria; como tú mismo dices, es ya la forma perfeccionada de la expresión artística literaria. No puede evolucionar de la mano de la tecnología (estoy de acuerdo e imagino que es a eso a lo que te referías), pero ya no es un rudimento (primer estadio de una profesión o estudio), sino una forma evolucionada.
Gracias por este artículo.
Un abrazo,
Inés
Buenas, Inés. Te doy la razón, “rudimentario” no es la palabra más adecuada. Si más adelante le doy un repaso al artículo, lo cambiaré por un término más apropiado. En cualquier caso, la intención con la que lo he utilizado era la que sugieres en tu comentario. Hay muchos intentos por reimaginar la novela como formato en el siglo XXI. Muchas ideas pasan por aumentar la capacidad de interacción del lector o introducir material audiovisual. A mí eso siempre me han parecido experimentos interesantes pero que no van a provocar un cambio de paradigma. Y sinceramente, lo prefiero. Me gusta la novela tal y como es; no necesita nada más.
Un abrazo y muchas gracias por comentario.
Excelente artículo. En lo personal pienso que la vocación artística, dentro de cualquier vertiente, debe ser el principal impulsor. Claro, hay quienes crean para vender, para satisfacer necesidades del mercado y sostenerlo, ¡cómo no! Y no pienso que eso tenga algo de fatal.
La fatalidad está en sostenerse de esa premisa desde un principio. Pienso que no hay artistas dentro de ese campo; sólo gente con una visión algo desviada del arte que se aprovechan las corrientes de turno. Y que lo sigan haciendo si gustan.
Quien busca hacer arte de forma sincera intenta, en la medida de lo posible, encarar el paso del tiempo con una obra en la que este no haga mella. Eso se nota. Nosotros como lectores conectamos con esas historias porque las diferenciamos del resto, del bombardeo que pide a gritos el clic fácil. Como bien dices, la novela es un formato perfecto que ha alcanzado el mérito, por así decirlo, de pertenecer a nuestra humanidad. Así es el arte; perdura. Y la literatura, como foco de todas las expresiones, está lejos de morir.
Un abrazo, Víctor. Un gusto leer contenidos así.
¡Gracias! Pues sí, suscribo hasta la última coma de tu comentario. Yo tampoco veo nada malo en “crear para vender”. De hecho, yo creo para vender, pero tiene que haber un equilibrio. Y desde luego, como consumidor, tengo bien claro que los productos que están creados para alcanzar la máxima cantidad de público posible, a mí me dejan fuera. Supongo que lo saben y les da igual :-).
Un abrazo y gracias de nuevo.
Genial artículo.
Un saludo,
¡Gracias, Juan!