A falta de materiales nuevos (he comprado hace poco dos libros sobre escritura, Into the Woods, de John Yorke y una recopilación de fragmentos de Bukowski que giran en torno al mismo tema, pero todavía no he podido ponerme con ellos), esta última semana me he dedicado a releer el viejo manual de Roy Peter Clark. Es uno de mis favoritos y no es la primera vez que comparto sus enseñanzas con vosotros en este blog. Ni la segunda.
Esta vez me ha llamado la atención uno de sus consejos: «Elige el número de elementos con un propósito claro en mente». Con elementos uno puede referirse a cualquier cosa, así que digamos que son «entidades», «conceptos» o «ideas» que se manifiestan de forma sucesiva mediante un hilo conductor.
Esto es algo que muchas veces se hace de forma intuitiva. Bien o mal, eso ya depende de cada escritor, pero suele pensarse en estas cosas como si se sacaran «de oído». En buena medida creo que es cierto, pero también me parece que subyace un cierto valor en este propósito de sistematización, especialmente para la fase de las correcciones del manuscrito. Así que aquí va mi pequeña aportación al tema, siguiendo la misma estructura del manual de Clark, pero desviándome un poco y añadiendo mis propias reflexiones.
Espero que lo disfrutéis y lo encontréis de utilidad.
Un elemento
Sencillo, directo y al grano. Las frases cortas (el «staccato», como se llama a veces) son retenidas con más facilidad por los lectores. Este mismo principio se aplica también al número de elementos. Un párrafo de una sola frase u oración tiene mucho más impacto que uno de treinta. Frente a la sobre-adjetivación en un texto, a menudo un único adjetivo bien escogido puede expresar mucho más que una docena. Si además este adjetivo parece encontrarse fuera de lugar, choca con las expectativas del lector y produce una suerte de «disonancia cognitiva».
Considera estos dos asertos: «Juan es listo» y «Juan es listo y guapo, y además tiene don de gentes».
No conocemos personalmente a Juan —tendremos que confiar en la información que nos quiera proporcionar el escritor—, pero no me cabe duda de que «Juan es listo» nos dice mucho más de la inteligencia de Juan que «Juan es listo y guapo, y además tiene don de gentes». Cuando una serie de elementos se ponen todos al mismo nivel y se exaltan al mismo tiempo, la información se diluye de forma inevitable.
Dos elementos
Se diluye, sí, pero solo a veces, pues dos elementos también pueden utilizarse para hacer combinaciones o comparaciones. El escritor obliga así al lector a generar una amalgama con ambos en su mente. También pueden ser contrapuestos para generar tensión, como por ejemplo entre las dicotomías protagonista-antagonista, bien-mal, orden-caos, etcétera.
Tres elementos
Sobre el tres, la regla del tres y su aplicación a la escritura, ya he hablado aquí en otra ocasión. También os recomiendo, al igual que hice en su momento, este artículo de Gabriella Campbell que cubre el uso del tres a otros niveles y este de Jaume Vicent donde aplica la regla de tres al marketing y al copywriting.
Por resumir un poco, “tres” es el número mínimo de fases o etapas necesarias para contar una historia: planteamiento, nudo y desenlace. También es el número mínimo de elementos para poder identificar un patrón.
Quizá por cuestiones culturales, el uso de tres elementos nos suele ofrecer una sensación de completitud. Esto se puede utilizar tanto para describir a un personaje (se suele decir que tres rasgos distintivos a menudo funcionan mejor que uno, dos o cuatro) como su evolución o arco a lo largo de la historia (acción-refuerzo-superación, como explico en más detalle en el artículo de arriba).
Además, el tres se puede utilizar a nivel de escena o a nivel de frase; es decir con la macroestructura literaria (tramas, arcos argumentales, etcétera) como con la microestructura (a nivel de párrafos, de organización de frases, oraciones o de elementos dentro de las mismas).
Cuatro (o más) elementos
A partir de cuatro elementos, pasamos a tener una lista o una enumeración potencialmente infinita. Como dice Clark, en las matemáticas de la escritura, el tres es superior al cuatro. La regla de tres ofrece una sensación de cierre que cuatro o más elementos no pueden lograr. «Una vez añadimos un cuarto o un quinto detalle» afirma Clark, «hemos alcanzado la velocidad de escape, rompiendo el círculo de la completitud». Mediante la acumulación de elementos, cada uno contribuyendo en la visualización de una idea, se pueden conseguir también efectos muy interesantes.
Un último ejemplo
Quiero acabar este artículo con un fragmento que Clark también cita en su texto, no solo porque ejemplifica a la perfección todos los conceptos de los que hemos estado hablando, sino sobre todo porque pertenece a uno de mis escritores favoritos de todos los tiempos, Jonathan Lethem. Funciona mucho mejor en su idioma original, pero aquí va mi propuesta de traducción:
«El contexto lo es todo. Cámbiame el traje y lo comprobarás. Soy un charlatán de feria, un subastador, un artista que hace performances en el centro de la ciudad, alguien que solo farfulla incoherencias, un senador obstruccionista. Tengo Tourette.»
Jonathan Lethem, Motherless in Brooklyn
La estructura de este fragmento (un poco más evidente en inglés) es 1/2/5/1. De esta forma puedes ver cómo una combinación correcta de elementos puede crear el ritmo adecuado y centrar o desviar la atención del lector según interese. Al mismo tiempo, el párrafo completo funciona con una estructura de tres.
Una primera fase de presentación: Vas a ver cómo el contexto lo es todo.
Otra fase de elaboración: Si cambias el contexto, puedes confundirme con todas estas cosas.
Y una última fase con la conclusión: Tengo Tourette.
El uso de la regla de tres, de la que se suele hablar a menudo, es solo apropiado en ciertas circunstancias. Como suele ocurrir, la maestría se consigue cuando aprendemos la correcta elección del número de elementos en cada ocasión, ya sea uno, dos, tres, cuatro o más.
¿Y vosotros? ¿Eráis conscientes de la importancia que tiene elegir el número de elementos indicado en cada momento para transmitir ideas en vuestra escritura? Si queréis, podemos hablar más sobre el tema en los comentarios.
Escritor de ficción especulativa, slipstream y novela negra. Bloguero inquieto (e inquietante) también se dedica a la traducción y realiza informes editoriales. Le gusta desmontar historias para ver cómo funcionan por dentro, aunque luego no sepa armarlas de nuevo. Autor de Lengua de pájaros, Duramadre y Fantasmas de verde jade (todas con Obscura Editorial).
No quiero parecer un puñetero trol, pero siempre entendí que se dice “Don de gentes”, no había oído “Dos de gentes” nunca, pero a lo mejor es correcto… Siempre dije “moratón” y resulta que “moretón” es lo adecuado.
Si quieres borrar este comentario, no hay problema, es solo por avisar. Ya comento el artículo en otro.
Hola Juan. No te preocupes, estás en lo cierto. Era una errata (encima repetida por copiar y pegar el mismo texto de ejemplo), pero ya la he corregido. ¡Gracias!
Muy interesante y completo el texto. Algunas de esas máximas me han sido muy útiles para hacerme consciente de lo que escribo frente a lo que quiero expresar.
Por ejemplo, creo que los novatos (en realidad muchos escritores semiprofesionales) tendemos a sobreadjetivar, alargando las frases. Esto no tiene que estar necesariamente mal, pero ¿si describes una pelea o una persecución? ¿o los pensamientos agitados de un personaje?
A mi me ayudaron mucho los libros de “Hacer cómics” de Scott McCloud y “EL CÓMIC Y EL ARTE SECUENCIAL” de Will Eisner, que aparentemente no tienen mucho que ver. Al estar enfocados a lo visual, esquematizan la narrativa de una manera muy interesante para el novato.