Literatura o cine: pregunta con trampa

Literatura o cine, pregunta con trampa

A raíz de la publicación de Crononautas leí que Mark Millar utilizaba sus cómics como storyboards para comprobar el interés del público y presentar ideas cinematográficas a los estudios.

Aquello me decepcionó un poco. Aunque no figure en mi podio particular, creo que Millar es un gran guionista —de un tipo de cómic comercial, un poco gamberro— y me pareció  deprimente haber disfrutado con obras como Kick-Ass y American Jesus si estas solo fueron creadas como estudios de mercado, trabajos menores o productos intermedios.

Pensé que Millar sería un caso especial, porque desde el principio este autor ha estado muy vinculado a la industria cinematográfica. Resulta que me equivoqué, y que compañías tan grandes e importantes para la industria del cómic hacen exactamente lo mismo que Mark Millar. Me refiero a Marvel (en realidad, Disney) y a DC (en realidad, AT&T). En este artículo del New York Times sobre la debacle económica causada por la primera oleada del Coronavirus, se asume con naturalidad que, aunque el cómic se volviera una industria deficitaria, se seguiría produciendo.

¿El motivo? son una forma barata de probar ideas para luego adaptarse al cine y a la televisión, una forma de generar «propiedad intelectual».

En literatura, la opinión al respecto de Kazuo Ishiguro es muy clarificadora. Con su nobel bajo el brazo, pocos podrán decir que Ishiguro produce trabajos menores (Never let me go, como he comentado varias veces, es una de las mejores novelas que he leído jamás). Como tantos otros, es un autor aficionado al cine. Lo curioso es que, para él, la forma lógica en que la literatura obtiene relevancia en el siglo XXI es precisamente a través del cine y la televisión. De las adaptaciones.

La visión de Ishiguro es muy pragmática, y aunque obviamente no defiende la primacía artística de un medio sobre otro, sí reconoce la preponderancia que el cine y la televisión tienen sobre la palabra escrita en nuestra sociedad.

Ninguno de nosotros, creo, rechazaríamos una adaptación cinematográfica de  nuestros trabajos —no lo hizo ni Alan Moore—, no solo por la sustancial compensación económica que les acompaña, sino sobre todo por la publicidad de primera categoría y el empujón que supone a nivel profesional.

El problema empieza cuando uno trabaja con el ojo puesto en otro medio.

Nuestra cultura es eminentemente audiovisual, y esta circunstancia ha influido a los escritores desde que se inventó el cine. La literatura y el cómic han ido variando gracias a esta influencia. No es algo ni bueno ni malo. Simplemente es.

A pesar de todo, me gusta que los escritores que leo estén enamorados de la literatura, no (solo) del cine. Quiero que su principal influencia sean otras obras literarias. Que amen los libros que escriben, que los consideren obras terminadas y no prototipos de arte audiovisual o pruebas de mercado.

No quiero que la palabra escrita se convierta en el campo de pruebas de otras artes. Esto también me vale para aquellos que quieren volver interactivos los libros o convertirlos en productos multimedia, como si el futuro de los mismos pasara por acercarlos más al formato del cine o los videojuegos. Como experimento, bienvenido sea. Pero no como estándar. Gracias, pero no.

He hablado ya un par de veces sobre este tema, desde varias perspectivas, pero si insisto es porque me preocupa. No hay nada malo en la literatura; si la gente lee menos, si se venden menos libros, entonces el problema es de la gente, no de los libros.

O tal vez el problema no sea de nadie. Quizá la literatura es un arte minoritario y lo que hay que hacer es rebajar las expectativas y redimensionar la industria para adaptarse a los nuevos tiempos. El siglo XX no va a volver. Fue una rareza en la historia, una época en la que la alfabetización alcanzó a las capas populares de la sociedad, mientras al mismo tiempo la oferta audiovisual era limitada, y desde luego no «transportable». A lo mejor es hora de empezar a aceptarlo.

Lo que no pienso aceptar de ninguna manera es que el trabajo de los escritores se convierta en mero alimento de otra industria. Máxime una que, en aras de apelar a un público mayoritario, a menudo lima las aristas más interesantes de las obras que adapta. Y que además, dadas las características de cada medio, ofrece resultados distintos, con mensajes que divergen de los originales.

La literatura y el cine son dos artes que se afectan mutuamente. La inmensa mayoría de las obras cinematográficas son adaptaciones de novelas u obras de no-ficción, como biografías o reportajes (en las series este porcentaje es algo menor, pero también importante), y a su vez la preeminencia del cine en nuestra cultura afecta a los escritores a la hora de crear nuevas historias.

Me gusta el cine y me gustan los libros. No obstante, si me dan a elegir, me quedo con la literatura. Hay libros que me hablan y afectan de un modo muy especial, y eso es algo que muchas menos obras audiovisuales consiguen. Es lógico. Se puede (y a menudo se hace, por desgracia) escribir un libro para doscientas o trescientas personas, con lo cual es mucho más fácil encontrar uno que se dirija a ti. Para leer libros así, no tienes más que rodearte de personas que puedan recomendártelos.

Ningún arte es superior a otro, aunque uno produzca mayores y más sustanciosos beneficios económicos. Frente al cine y las series de televisión, la literatura nos enriquece. Muchas de sus técnicas pierden impacto o son imposibles de adaptar a un formato audiovisual; el flujo de conciencia y el monólogo interior funcionan mejor que en el cine, y además fomentan la empatía. A nivel narrativo, la estructura de la novela es mucho más abierta, compleja, menos encorsetada. Y, más que una ventaja para la creación de prototipos, los bajos costes de producción de un libro en comparación con una película permiten a los creadores ser más libres, más incisivos, originales y críticos.

En definitiva, creo que considerar la literatura un arte subsidiario es empobrecer la cultura y perderse las maravillas que esconden los libros. Pero allá cada cual.

2 comentarios

  1. Un artículo interesante. Me gustaría preguntarte, desde tu experiencia, si tuvieras que impartir un curso o taller sobre guiones cinematográfico ¿por dónde lo enfocarías? ¿a qué autores tendrías de referencia? Pienso mucho en hacer algo similar pero a día de hoy aún no he dado el paso jaja

    Un saludo, Victor ^^

    1. Hola, Lionel. Los autores de referencia para la escritura de guion suelen ser siempre los mismos: Vogler, McKee, Field, Snyder, Straczynski, etcétera. Por otra parte, en un curso de escritura de guion hay que hacer un énfasis especial en la estructura, pues es el elemento con diferencia más importante. Por último, un guion solo es una herramienta de trabajo para un proyecto audiovisual; una novela, en cambio, es un producto terminado. Por eso yo no plantearía un curso de guion sin explicar cómo venderlo o sacarlo adelante.
      ¡Un saludo!

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