Qué puede hacer un concurso literario por ti (1ª parte)

Qué puede hacer un concurso por ti

No es la primera vez que hablamos de concursos literarios en la web, pero pocas veces tenemos la oportunidad de recibir consejos de alguien como Juan José Hidalgo Díaz, que lleva muchos años lidiando con jurados y cosechando éxitos en diferentes convocatorias. Gracias a los concursos, y a la disciplina que exigen, Juan José logró reunir una buena cantidad de relatos, y estos acabaron transformándose en su primera antología: Sepia, de escarlata mancillado, publicada por la editorial Saco de Huesos.

En este artículo (en dos partes) Juan José aborda diferentes cuestiones relacionadas con los concursos literarios. Si queréis haceros con un ejemplar de Sepia, de escarlata mancillado, podéis hacerlo aquí, o bien pulsando en el banner de la derecha.

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Juan José Hidalgo Díaz nació junto al Mediterráneo. Desde hace casi dos años se fue demasiado lejos del Mar a aprender la Cirugía de la Mano, donde aún permanece.
Ha publicado en Calabazas en el Trastero (Entierros, Arañas, Clive Barker, Empresas y Horror Cósmico, donde fue Premio Nosferatu) y con Nocte (Monstruos del Mar, Las mil caras de Nyarlathotep), ESMATER (200 baldosas al infierno, Leyendas Urbanas) y la Logia del Anto (No Tocar); también en “Carne Nueva”, donde además ilustra. En 2015 publicó en solitario “Sepia, de Escarlata Mancillado”, y participó en el librojuego “Revelación”, de la saga “Expediente Z”.

 

Durante una época de mi vida estuve enganchado a los concursos literarios. Los buscaba de forma obsesiva, me metía en Stardust.com y llenaba mi lista de favoritos con anuncios de aquellos concursos que me llamaban la atención. Cada día, cada uno de aquellos días, revisaba las fechas de entrega, revisaba las palabras mínimas y máximas, los temas propuestos. Pasaba más tiempo buscando concursos y leyendo bases que escribiendo.

Incluso yo mismo inicié un concurso literario, que por lo que tengo entendido siguió adelante mucho tiempo después de que me apartara de todo aquello, vivo, sin mi supervisión, como hijo abandonado por el padre negligente que fui, evolucionando a través de la naturaleza independiente que yo mismo le di.

Imagen 1Es difícil estudiar el porqué de aquella actitud, y tampoco es que me interese mucho pensarlo. Fue un momento, duró lo que tenía que durar, y hoy estoy rehabilitado. Ahora sólo participo a un concurso, a lo sumo dos, al año. Y no miro bases casi nunca.

Palabra de Concurshólico Anónimo.

Aquella actitud tenía cosas malas. La primera, consumía mi tiempo como escritor y como persona en algo absolutamente vacío, pues la mayor parte de las veces ni siquiera enviaba un relato o un escrito a los concursos.

Con lo cual, mi karma negativo se llenaba de fechas de entrega (oportunidades) perdidas.

Y la segunda, la ansiedad por llegar a la entrega hacía que sacara muchas veces textos poco revisados, e ideas poco maduradas o mal enfocadas.

Y no era justo para con los jueces ni para conmigo como escritor. No estaba dando lo mejor de mí mismo en muchas ocasiones, e incluso una novela con faltas y erratas por doquier (por no hablar de un final abrupto y una elipsis salvaje a mitad de la historia) acabó en las pobres manos de los jueces del UPC (desde aquí les pido públicamente perdón).

Pero no todo lo que trajo esa época fue malo. Es más, yo diría al contrario, trajo muchas cosas buenas. Aprendí mucho, conseguí cosas muy importantes y el fruto de lo mejor de aquella época se llama “Sepia, de Escarlata Mancillado” y está publicado por Saco de Huesos.

“Sepia, de Escarlata Mancillado” es una antología de relatos escritos aproximadamente entre 2008 y 2011, que resultan en su grandísima mayoría fruto de mi obsesión por los concursos. Los que no fueron directamente ganadores de algunos de ellos (de algunas Calabazas en el Trastero, del IV Aullidos.com), se quedaron a las puertas y recibieron un “lavado de cara” para la ocasión.

Así que voy a intentar explicar qué me enseñaron (y en qué me ayudan) los concursos, cómo los enfoco y por qué, por si esto puede ayudaros.

Pero recordad, hay que tener mucho cuidado, que los concursos enganchan.

 

1. El Acicate

 

Mi producción literaria ha caído mucho desde 2014, porque mi vida ha cambiado diametralmente. Pero he de decir que también lo ha hecho por haberme desenganchado a los concursos. Cuando siempre hay un concurso al que participar, siempre hay una fecha de entrega que cumplir, tu espíritu literario está ávido.

Se vuelve ambicioso y goloso. Quiere participar en este o aquel concurso. Quiere que termines esas 1000 palabras que te quedan o que revises a toda prisa el texto porque ya tienes la convocatoria “x” que va a abrirse dentro de poco.

Además, los premios cíclicos como el Minotauro, el UPC o el Calabazas en el Trastero permiten pensar un “calendario” que seguir, una especie de puntos de control en el año para tener tal o tal texto.

 

2. El Reto

 

Los concursos literarios pueden tener o no un tema prefijado. En mi época de Concursholic prefería los primeros.

La cuestión es que, al tener un tema sobre el que obligatoriamente había que escribir, había un reto, una especie de acertijo que se me planteaba de frente. “¿Cómo trataría yo este tema?” Si el tema eran “Entierros”, pues ¿por qué no hablar de vampiros? Si el tema es “Terror Oriental”, ¿qué me impide mezclar la Takeshi-Onna con los Djinns?

Y si nos encontramos con los verdaderos retos, las normas restrictivas, la imaginación se siente espoleada.

Dale un patio entero a un niño, y si quedará en una esquinita. Cierra esa esquinita y ponle una ventana, y querrá salir al patio más que nada en el mundo.

Lo mejor para forzar a mi imaginación para ir “donde ninguna imaginación ha llegado jamás (o eso esperas por el riesgo a las denuncias por plago, vayamos a tonterías)” es decirle que tiene que seguir un camino fijo.

Así, nada fue tan gratificante en aquellos tiempos como el concurso/juego El Reto, de Ashaii.com, donde cada poco tiempo se convocan a los jugadores para escribir relatos con reglas muy precisas.

Que hay que escribir un relato con un aprendiz de mago, un unicornio y una bruja.

Perfecto, ambientémoslo en el África del siglo XIX.

Nota, todos los ejemplos de esta sección podrán ser encontrados por el interesado en la citada antología.

 

3. La Fecha de Entrega

 

Porque si algo disciplina a un autor, es tener una fecha de entrega incontestable.

La editorial, bueno, la editorial te impone cosas. Pero luego ves a cierto escritor de éxito prometiendo entregar su manuscrito antes de Año Nuevo para que pueda publicarse antes de la temporada de la serie que lo está adaptando y los lectores no se coman spoilers de tamaño de hormigoneras, y ya ves…

En cambio, en un concurso la fecha de entrega es sagrada.

Si te has pasado por dos minutos, se acabó. Cuanto más importante el concurso, más restrictivos a la hora de aceptar manuscritos fuera de tiempo.

También permite tomarse un tiempo a la hora de hacer la plica, cumplir las reglas de formato, revisar la ortotipografía.

En general, el concurso permite que la entrega del manuscrito sea disciplinada en tiempo y formato, como una especie de tutorial antes de empezar a enviar a las editoriales.

 

4. El Premio

 

Nadie se hace rico con premios literarios, os lo digo ya. Incluso es de resaltar el caso de cierta famosa escritora que, tras ganar un premio bastante cuantioso, “olvidó” lo que tenía que llevarse Hacienda y acabó en cierto concursillo de la televisión para poder sufragar gastos.

Pero no está tan mal llevarse un pico de vez en cuando por algún concurso.

A mí me ocurrió sólo una vez. Y tampoco es que fuera demasiado.

Pero se agradece, oye, que para la casa, piedra.

Ahora, el premio más importante que vais a conseguir en los concursos literarios es el siguiente epígrafe. Pero eso será ya después de la publicidad.

Ilustración de portada: Mayte MG.

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