La palabra adecuada: el escritor frente al vocabulario

escritor frente al vocabulario

Hoy vamos a hablar de la importancia de un vocabulario rico. Los escritores trabajamos con palabras; son nuestros bloques de construcción y debemos manejarlas con soltura. Eso no significa elegir siempre la palabra más «complicada» y, desde luego, tampoco apilarlas sin ton ni son.

Unos cuantos números para abrir boca

¿Se ha reducido nuestra competencia léxica con los años? Diría que no, pero a veces encuentro cosas extrañas por las redes. Por ejemplo, alguien (¿un lector, un editor? No lo recuerdo) aconsejando a un escritor que no use la expresión «blandió la espada» porque el lector no tiene por qué saber lo que significa «blandir».

No sé si las novelas que se publican hoy tienen un vocabulario menos rico que las de antaño. En general, las historias dirigidas a un público amplio usan un lenguaje más sencillo, ya estén en la mesa de novedades o hayan aparecido hace veinte, cincuenta o cien años. Pero se publican muchos libros de toda índole, así que es difícil comparar.

Sobre este tema, hay muy poca información disponible. He descubierto que La montaña mágica de Thomas Mann tiene 36.000 palabras distintas (de un total de 362.000). Y, si nos fiamos de los datos que ofrecen los usuarios en este enlace y en este otro, El viejo y el mar de Hemingway usa solo 2.605 palabras distintas (de 26.601), El guardián entre el centeno de Salinger 4.206 (de 74.193), mientras que la primera novela de Canción de Hielo y Fuego usa 11.946 palabras diferentes (de un total de 292.000). Aunque sean datos de las obras publicadas en sus lenguas originales, nos sirven para hacernos una idea.

Por otra parte, ¿Cuántas palabras distintas conoce una persona promedio? Un estudio demostró que un estadounidense angloparlante de veinte años reconoce en torno a 42.000. Otro estudio de la Universidad Nebrija menciona un total de 30.000 palabras para los hablantes de español.

Sin embargo, este tipo de trabajos académicos tiene trampa: a los participantes no se les pidió definir las palabras, se les entregó una lista para que respondieran si estaban o no en el diccionario. Recordemos que el diccionario de la RAE tiene 93.000 palabras, el de Americanismos 70.000 términos, mientras que el Diccionario Histórico de la Lengua Española posee 150.000.

Por último, hay que diferenciar también entre el vocabulario activo y el pasivo. El primero es el que se usa habitualmente —el que se produce—, mientras que el segundo se reconoce y, en general, se comprende, pero no se usa. Las novelas contienen una gran cantidad de vocabulario pasivo para el lector. Cualquiera que haya estudiado otro idioma sabe que hay que superar un salto importante cuando se pasa de las conversaciones cotidianas al lenguaje escrito; sobre todo si se quiere leer una obra narrativa.

◊◊◊

De vuelta al vocabulario específico del escritor

El lenguaje coloquial tiende a la simplificación, al uso de palabras cada vez más genéricas, pero en la escritura es preferible evitarlo. De esto ya hemos hablado unas cuantas veces. Por un lado, en el artículo “Por qué un escritor debe buscar lo específico”, publicado en 2015 en esta misma web y, años más tarde, también en este artículo (“Lo específico, lo ambiguo y lo innecesario al corregir un libro”) para MOLPE.

Recientemente, me alegré cuando encontré la misma idea expresada en La formación del estilo de Luis Alonso Schökel (1968). En la página 34, dice así:

Por la ley del mínimo esfuerzo, cuando poseemos el nombre de una cosa, preferimos aplicársela a sus semejantes, mejor que molestarnos en buscar la palabra propia. Llamamos pájaro a lo que vuela: a un mirlo le llamamos pájaro; nos presentan un pechirrojo, y decidimos pájaro; encontramos un verderón caído del nido, y nos compadecemos del «pájaro»; estas palabras son una especie de moneda que vale para todo […].

En este caso, la pobreza de vocabulario proviene de que nos hemos detenido en la unidad, sin continuar la diferenciación. […] Antes de nacer nosotros, un personaje, por el proceso de abstracción, suprimió una serie de nombres concretos y les suplantó con uno universal. Llegamos nosotros, nos encontramos el trabajo hecho, y nos guardamos la palabra mágica sin intentar difíciles divisiones y precisiones.

No es solo por pereza. A continuación, Schökel pasa a comentar el caso de un chico que viene del pueblo y está acostumbrado a cazar pájaros. Él sí establece estas diferencias.

¿Por qué? Simplemente, porque el lenguaje es una herramienta. Las herramientas o son utilitarias o no sirven para nada, y muchos de nosotros ya no vemos la utilidad de distinguir entre distintas especies de pájaros, o entre utensilios agrícolas, o entre accidentes geográficos.

escritor frente al vocabulario - gorriones

A cambio, en nuestro día a día hemos adquirido un amplio vocabulario procedente del mundo corporativo, herramientas y procesos digitales, modas y tendencias —todo ello plagado de anglicismos— que ha ido sustituyendo ese otro vocabulario tradicional. Un vocabulario que nos permite desenvolvernos en el mundo actual, pero que no es literario; que no sirve para escribir novelas.

Esa es la cuestión. No tenemos un vocabulario más limitado, sino más inútil. O, si se prefiere, menos literario. Porque, curiosamente, aunque a diario no nos haga falta encontrar la palabra justa para describir un tipo de bosque o una herramienta para moler el grano, cuando nos ponemos a trabajar en nuestro manuscrito necesitamos esas palabras.

Por tanto, un escritor debe adquirir un vocabulario amplio para describir mundos y situaciones que no formen parte de su esfera cotidiana. Un escritor de ciencia ficción debe dominar la jerga científica y académica (de la ingeniería informática, la astrofísica, la biología…). Por otra parte, el escritor de literatura histórica debe conocer los términos de la época en la que trabaja, algo también conveniente para los escritores de fantasía de raigambre histórica; por ejemplo, cuando sus novelas están basadas en mundos feudales. Es típico el caso del autor que describe una batalla (no importa si se trata de una novela histórica, un thriller o una ópera espacial) y confunde los rangos de los oficiales. Los lectores de la Black Library se quejan de ese tipo de cosas todo el rato.

Además, hay que llevar a cabo una distinción importante. Los escritores debemos producir las palabras. Mientras que los lectores solo las necesitan como parte de su vocabulario pasivo —cuando leen, les basta comprender su significado cuando las encuentran— los escritores debemos tenerlas en nuestro vocabulario activo.

Bueno, más o menos.

Por suerte, no nos hace falta recordar cada palabra de forma instantánea, como ocurre con el lenguaje hablado; podemos hacerlo con calma y recurrir a todo tipo de herramientas.

De todo eso hablaremos a continuación.

◊◊◊

Cómo puede un escritor adquirir el vocabulario específico

En primer lugar, es importante no desestimar el conocimiento directo. Cualquier disciplina académica, artesanía, etcétera, esconde un universo de palabras propias.  Pero no solo eso: un viaje, una ruta por el campo, practicar un arte marcial o un deporte, aprender a tocar un instrumento o participar en un taller de manualidades, de cerámica, de cocina… Todo te expone a potenciales palabras nuevas.

Parece una tontería, casi un cliché, pero un escritor tiene que vivir y experimentar para luego poder narrar. Sin duda existen excepciones de grandes autores que parece que vivieron enclaustrados toda su vida sin hacer nada más que juntar palabras —seguro que ahora te han venido uno o dos nombres a la cabeza—, pero no es ni lo más deseable ni lo más habitual.

La falta de experiencia de primera mano se puede suplir escuchando a los demás. Cuestión aparte son los diferentes registros de los personajes. No usa las mismas palabras un científico, que un académico, que un mendigo o un adolescente. ¿Cómo hablan los jóvenes hoy en la calle? No hay nada más bochornoso que un padre tratando de hablar a su hijo adolescente en su propia «lengua».

No es solo una cuestión educativa, sino también de experiencias. En un escritor han de convivir muchas personas distintas y debe poder imitarlas a todas con verosimilitud. ¿Cómo hacerlo sin conocer sus palabras habituales, sus expresiones fetiche?

Tampoco hay que olvidarse de los contactos, ya sean profesionales, amistades o familia. Da la impresión de que cada vez se recurre menos a ellos, pero son personas con conocimientos especializados que pueden ayudarnos a encontrar la palabra adecuada. Mi pareja es médica, y eso me facilita mucho el trabajo de documentación en ese campo. Aquí hablé un poco sobre el tema, pues a veces el vocabulario se convierte en parte del proceso de documentación.

Por supuesto, uno de los recursos más importantes es la simple lectura. A medida que leemos introducimos términos nuevos que irán ampliando nuestro vocabulario pasivo. ¡Y además disfrutaremos del proceso! Las novelas de otras épocas son particularmente interesantes, porque nos obligan a enfrentarnos a un vocabulario al que no estamos acostumbrados. Como siempre, hay que tener cierta cautela con las traducciones, porque las hay excelentes y también muy malas.

Por último, cuando todo este entrenamiento falla, encontrar la palabra adecuada se vuelve una cuestión de recursos: saber qué hay que buscar y dónde encontrarlo.

◊◊◊

Recursos de vocabulario para la escritura

Primero vamos a quitarnos de encima los típicos diccionarios de siempre, tanto los habituales como los ideológicos y los de sinónimos y antónimos. El diccionario de la RAE es un recurso online inestimable, y debería ocupar un puesto entre los vínculos de acceso rápido de tu navegador. Para sinónimos uso WordReference, que también empleo para la traducción pero que hay que manejar con cuidado.

En cuanto al diccionario ideológico, recurro al clásico Casares. No hay otro mejor, aunque en estos tiempos puede ser engorroso, porque la mitad del volumen es un diccionario tradicional y se ha vuelto innecesario. La edición que compré yo hace mucho todavía lo incluía y no sé si ahora existirán otras opciones.

Casares, el escritor frente al vocabulario
Julio Casares Sánchez (1877-1965) junto a su diccionario

Ya nos hemos ocupado de los recursos más habituales. Queda todo lo demás, y cada autor tendrá que ir conformando su propia biblioteca. Los recursos digitales son estupendos, pero me temo que muchas veces será preciso recurrir a libros físicos, ya sea adquiriéndolos o acudiendo a las socorridas bibliotecas. Hay mucha broza en Internet y no es cierto que todo esté disponible. Además, aquí las diferencias entre idiomas son muy importantes. Si estamos escribiendo una novela en español, de nada nos sirve un diccionario de arte en inglés.

Voy a comentar por encima unos cuantos libros que me han resultado muy útiles a lo largo de los años:

Para describir la ropa con propiedad, sobre todo cuando es precisa una perspectiva histórica, utilizo Moda: historia y estilos de la editorial Dorling Kindersley (más conocida como DK) en su traducción al español.

En cuanto a la descripción de edificios, tengo varios diccionarios de historia del arte —los disfruto más allá de su posible utilidad—, pero para términos generales relacionados con la arquitectura me encantan los libros de la editorial H. Blume. How to read buildings de Carol Davidson Cragoe fue muy útil para escribir las novelas de Lundenwich en inglés y decidí volverlo a comprar en español (Cómo leer edificios, se llama) para reescribirlas en nuestra lengua. Hay muchos más libritos así en la misma colección que aquí publica Akal: cómo leer ciudades, cómo leer castillos, cómo leer iglesias…

Los libros de folclore y tradiciones locales son un recurso inestimable. Por poner uno como ejemplo, hace poco me trajeron de un viaje al norte una especie de cuaderno de espiral llamado Folclore y tradiciones de Cantabria de la editorial El Candelario que es una delicia. Está lleno de ilustraciones de herramientas y términos relacionados con fiestas, bailes, vestimenta y cualquier otra cosa que se te pueda pasar por la cabeza.

Para el vocabulario relacionado con la criminología no he encontrado recursos en condiciones en español, porque llevo un tiempo desconectado de la novela negra, aunque hay glosarios por ahí que pueden resultar muy útiles.

Las de arriba serían fuentes lexicográficas generales, pero otras veces he tenido que adquirir un recurso muy concreto para una escena. En La casa mecánica, la segunda novela de la trilogía de Lundenwich, logré apañármelas para describir la escena del globo utilizando libros en formato digital y recursos en línea, pero no fui capaz de hacer lo mismo con una persecución en carruaje. Así que tuve que informarme muy bien de qué tipo de libros describían las diferentes partes de un carro de caballos y acabé haciéndome con la muy recomendable Introducción al enganche de coches de caballos del doctor Eugenio Martín Cuenca.

En otros casos tuve que recurrir al mercado de segunda mano. Así fue como conseguí el Manual de Heráldica Española de Eduardo Pardo de Guevara, pues hay que recordar que la heráldica cuenta con un vocabulario propio. También me hice con un pequeño libro llamado Arquitectura y mobiliario victorianos (de Edimat, 1999), pues no existen muchos recursos en español sobre el tema. Y, por una cuestión de comodidad, me agencié el Breve diccionario artúrico de Carlos Alvar.

En fin, no tiene sentido aburrirte con más ejemplos. Lo que quiero decir es que cada escritor debe crear su pequeña biblioteca de recursos, diccionarios terminológicos y manuales que puedan serle de utilidad en función de las historias que quiera contar. Esta biblioteca, como cualquier otra, irá ampliándose y reduciéndose a lo largo del tiempo según las necesidades de cada cual.

◊◊◊

¿El vocabulario específico enfanga el texto?

Esta es una cuestión importante, pero de imposible respuesta dada su ambigüedad. Depende de cada caso y también de los criterios subjetivos de autor y lectores. De nada sirve un lenguaje extremadamente preciso que no comunica nada al lector.

El vocabulario preciso a veces es complejo. Y lo complejo, a menudo ensucia. Si no te lo crees no tienes más que leer un artículo especializado sobre cualquier disciplina que no domines. Estos textos son difíciles de entender para cualquier persona que no forme parte del gremio y, sin embargo, a menudo comunican ideas que no son tan complejas; plantean hipótesis o resuelven problemas que pueden entenderse —no del todo, pero sí en buena medida— si se comunican en un lenguaje menos especializado.

En esto consiste la divulgación, precisamente; en recorrer el proceso inverso y volver sencillo —que no simple— lo complejo. Y la divulgación no es nada fácil de escribir, sobre todo si se pretende ser riguroso.

El vocabulario se puede adquirir, como ya hemos visto, pero cuesta trabajo. Siendo realistas, cuando leemos una novela ¿cuántas veces buscamos una palabra en un diccionario? Muchas se pueden sacar por contexto (cualquiera que haya leído en otros idiomas lo sabe), así que no es necesario buscarlas todas. Aun así, la lectura en digital favorece mucho esto, pero al mismo tiempo el mundo moderno ofrece infinitas distracciones y ya no se pueden pedir heroicidades a los lectores.

Por tanto, lo que importa es el registro. Se puede ser específico y al mismo tiempo evitar una escritura llena de términos poco habituales que no ayudan en nada a la comunicación. Volvamos al ejemplo de antes. ¿Es la palabra «gorrión» más difícil de entender que la palabra «pájaro»? Creo que no, pero desde luego es más específica. Por tanto, mejor.

¿Y «gurriato»? Se refiere a la cría del gorrión. Quizá no conocieras la palabra hasta ahora, pero su significado, al menos en líneas generales, es fácil de deducir. ¿Y «pardal»? Puede ser algo más rara, pero estoy seguro de que todos los lectores interpretarán que se trata de un pájaro por el contexto.

«Gorrión» y «pardal» son ejemplos de palabras poliónimas, una «situación lingüística en la que un concepto o una entidad recibe varios nombres».

¿Sabes por qué he puesto un enlace aquí y además ofrezco una explicación? Lo hago porque la palabra «polionimia» es inusual. Yo no la conocía y he tenido que buscarla cuando la he encontrado en el manual de Schökel que mencionaba al principio del artículo. Si la descomponemos podemos deducir qué significa con facilidad, pero su uso puede no ser apropiado en una novela. Como siempre, esto dependerá del contexto y de cómo se introduzca el término, pero al menos nos sirve para demostrar que se puede ser específico sin volver ilegible un texto.

◊◊◊

En conclusión

El escritor debe adquirir todo el vocabulario pasivo que pueda, pues las palabras son las piedras fundacionales sobre las que construye su oficio. Además, debe trasladar ese vocabulario pasivo al vocabulario activo mientras trabaja en sus obras. Y, cuando este resulta insuficiente hay que aprender a recurrir a otros recursos especializados.

Por último, hay que tener una cierta intuición para elegir la palabra adecuada. Lo específico, como comentábamos al principio del artículo, es muchas veces lo deseable, pero no siempre. Aquí cada uno ejercerá su propio criterio y es en estas cuestiones donde se forja el estilo de cada autor.

Se trata de una guerra que libraremos durante toda la vida y está claro que no acertaremos siempre, ni con todo el mundo.

Lo único que podemos hacer es seguir intentándolo.

Envía un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Responsable: Víctor Sellés Finalidad: gestionar los comentarios Legitimación: tu consentimiento Destinatarios: los datos que me facilitas estarán ubicados en los servidores de HostGator (proveedor de hosting de victorselles.com). Ver política de privacidad de Hostgator Derechos: podrás ejercer tus derechos, entre otros, a acceder, rectificar, limitar y suprimir tus datos.