Los sinónimos no existen, son los padres

«Para evitar repetir palabras, un escritor ha de aprender a utilizar sinónimos». Seguramente te has encontrado con este aserto u otro muy similar en alguna ocasión, quizá en un libro de técnicas de escritura o en un blog literario no muy distinto de este (pero no en este).

Hoy he venido a contarte un secreto: los sinónimos «estrictos» o «absolutos» no existen.

En todos los idiomas existen palabras parecidas entre sí. Un sinónimo es simplemente una palabra que tiene un significado igual o parecido a otra. Sin ir más lejos, podemos encontrar un ejemplo de sinonimia en la relación entre las palabras «profesor» y «maestro».

Sin embargo, el hecho de que dos palabras sean parecidas entre sí no quiere decir que sean intercambiables sin más. La sustitución de una por otra siempre conlleva un precio que el escritor debe pagar.

A mi entender, este «coste» se manifiesta en tres niveles distintos:

  • En primer lugar, cuando sustituimos una palabra por otra, se produce un cambio —mínimo o sustancial, según el caso— en el significado literal de la palabra.
  • En segundo lugar, también se produce un cambio estético. Como es lógico, palabras distintas producen sonidos distintos. Estos sonidos pueden ser placenteros o desagradables.
  • Por último, al mismo tiempo que todo lo anterior, se produce de forma inevitable un cambio en el proceso de interpretación emocional de la palabra.

Quizá todo esto parezca un poco confuso. En mi descargo, aclaro que no soy filólogo, y que lo que sigue es una reflexión personal. Para que nos entendamos: lo que viene a continuación son meras observaciones expresadas en mis propios términos; no proceden del campo académico.

Aun así, voy a tratar de explicar estos tres niveles que mencionaba más arriba lo mejor que pueda.

El significado literal de las palabras

Este sería el significado estricto, su definición en el diccionario. Hay que tener en cuenta, empero, que los humanos no somos diccionarios con patas. Cuando utilizamos una palabra, a menudo solo tenemos una idea general de su significado, y no una definición estricta como la que nos puede ofrecer la Real Academia o el María Moliner.

En este primer punto ya resulta difícil encontrar dos palabras con una sinonimia estricta en cuanto a su significado, pero existen. Sin ir más lejos, «empero», una palabra que he utilizado más arriba, significa exactamente lo mismo que «sin embargo». O, por poner otro ejemplo, «fémina» significa lo mismo que «mujer».

El componente estético de las palabras

En el segundo nivel el asunto empieza a volverse algo más complejo. Ya hemos visto que podemos encontrar dos términos que significan exactamente lo mismo, pero para que sean dos palabras diferentes es obvio que han de escribirse de forma distinta. Por este motivo, ya sea solas o en combinación con otras palabras, al cambiar una palabra por su sinónimo pueden producirse efectos eufónicos (placenteros) o cacofónicos.

La frase «empero, la pereza me puede» produce en el lector una sensación muy diferente a la de la frase «sin embargo, la pereza me puede».

Además, las palabras se gastan. Si prestas atención te darás cuenta de que hay palabras que se ponen de moda, se utilizan durante un tiempo, se abusa de ellas y poco a poco terminan cayendo en desuso. Esto lo podemos observar en la literatura, pero es un fenómeno más fácil de identificar en el ámbito periodístico, y todavía más fácil en las redes sociales. Cuanto más rápido se mueve todo, más rápido se «queman» ciertas palabras o expresiones.

Por ejemplo, la palabra «fémina» se utilizaba mucho en las traducciones de novelas de ciencia-ficción de los años setenta, pero hoy apenas la usa nadie. En principio, no tiene ninguna connotación peyorativa (la RAE la define como «persona del sexo femenino»), pero por la razón que sea ya no la usamos, y si nos la encontramos nos parecerá arcaica y tal vez hasta nos produzca una sensación desagradable.

El componente emocional de las palabras

Por último, creo que cada palabra tiene asociado un determinado peso emocional. Sin ir más lejos, «empero» es un cultismo. Por tanto arrastra determinadas connotaciones que afectarán a la forma en que es percibida por el lector.

Tomemos de nuevo como ejemplo las palabras «maestro» y «profesor». De acuerdo con la RAE, un maestro es la «persona que enseña una ciencia, arte u oficio, o tiene título para hacerlo». Profesor sería aquella «persona que ejerce o enseña una ciencia o arte».

Como ves, «maestro» y «profesor» parecen sinónimos absolutos en cuanto a su significado literal, pero son dos palabras que difieren enormemente en cuanto al componente emocional. Por ejemplo, maestro puede evocarnos la imagen de un maestro de escuela (que por cierto, es otra de sus acepciones). Por otro lado, quizá tenga un regusto más arcaico que profesor y por eso a alguno puede hacerle pensar en el típico señor que daba golpes de regla durante el Franquismo. O tal vez «maestro» despierte en la cabeza de alguien la idea de una relación más personal y cercana entre el que instruye y el que aprende (como el maestro jedi y el aprendiz padawan, el maestro que enseña filosofía en la Academia de una polis griega, etcétera).

Es decir, que las palabras están a menudo asociadas a lugares, sentimientos y emociones. Esto es muy fácil de comprobar cuando empezamos a estudiar otro idioma. Por ejemplo, yo llevo un tiempo aprendiendo japonés. Cuando me enfrento a una lista enorme de vocabulario, es muy difícil para mí recordar los significados de cada una de las palabras. Sin embargo, si estoy leyendo un texto en japonés y me encuentro con una palabra nueva, me resulta mucho más fácil acordarme. La palabra me evoca un contexto (la historia que estaba leyendo, las otras palabras a las que acompañaba, la emoción que me produjo) y por tanto es algo más que una mera sucesión de sonidos.

A veces este significado emocional que asociamos con una palabra en realidad no obedece a una experiencia directa, sino que está escondido en su raíz latina o griega. Maestro viene del latín magister, cuyo significado original es «el mejor». De ahí procede también el inglés master. En cambio, profesor viene de profiteri, que es un verbo que significa «hablar delante de la gente». Como ves, «maestro» tiene en su origen una connotación positiva, de excelencia, de la que «profesor» carece. Por supuesto, este significado originario se puede mantener, cambiar, o perder a lo largo del tiempo, pero sin duda puede influir en la forma en la que percibimos una palabra.

Por otra parte, el componente emocional de una palabra puede ser diferente para ti de lo que es para mí, porque está basado en la experiencia, y no hay dos vidas iguales. Sin embargo, si nos hemos criado en sociedades parecidas, si compartimos los mismos referentes culturales o pertenecemos a la misma generación, es muy posible que también compartamos muchos de los significados emocionales que asociamos a las palabras.

Conclusiones

Como ves, cambiar una palabra por otra no sale gratis. Es una cuestión de matices, pero mucho más importante de lo que parece. Si no queremos ser escritores «de brocha gorda» debemos prestar atención a los detalles. Al fin y al cabo, elegir una palabra en vez de otra —saber cuál elegir— define la voz del escritor y el tono de la historia, además de afectar a los tres niveles descritos arriba (su significado literal, su sonoridad y su componente emocional).

Para que luego digan que un libro lo puede escribir cualquiera.

6 comentarios

  1. Falta añadir que “Fémina” y “Mujer” son sinónimas en el caso de la acepción de “Mujer” como de género femenino, pero, fuera del ámbito jurídico o de proclama política, el significado que nos viene a la cabeza es el de “Mujer” como “Persona del sexo femenino que ha llegado a la edad adulta”. Cabe preguntarse si a nivel de significado emocional y de significado literal coinciden vocablos que son la versión de un mismo concepto en otro lugar. Lo de la sonoridad, evidentemente, es una diferencia obvia.

  2. Es cierto lo que dices. Al menos, a mí me lo parece. Sin embargo, los sinónimos son de obligado uso para no caer en uno de los peores defectos que puede tener un texto: las cacofonías.
    Cuando me pongo a escribir, siempre tengo abierto el diccionario en otra ventana y, a veces, cuando me da el día perezoso, me paso largos ratos jugando con los sinónimos. Es sorprendente y hasta divertido comprobar que, saltando de uno a otro sin alejarte demasiado en cada paso, acabas con algo absolutamente diferente a aquello con lo que habías empezado.
    Efectivamente, el uso de los sinónimos tiene un coste y hay que andarse con pies de plomo al manejarlos.

  3. Buenas Víctor:
    La verdad que lo que comentas en el post lo estoy notando jejeejje. Para no ser filólogo has dado en el clavo!En el sentido estético lo noto mucho, además que los sinónimos no expresan necesariamente lo mismo. En cuanto al personaje noto que no todos los sinónimos valen para todos los personajes según el carácter de cada uno y en particular la forma de expresarse , no se si lo has notado.Por ejemplo un personaje con carácter no puede gimotear jeejej. Gran artículo.Un saludo!!

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